Acciones comprensibles hay, por parte de unos hacedores de política. Puedo entender los beneficios personales y hasta grupales que pudo traerles el intento de quebrantar la unidad opositora gestada casi, casi, monolíticamente el 28 de julio. Puedo entender los riesgos y las amenazas personalísimas que sobre algunos se cierne y hasta sobre sus familias; especialmente quienes algún tipo de convenimiento oscuro han pretendido archivar sin lograrlo. Quebrar la unidad es parte comprensible del juego que jugamos, que nos juegan, por la libertad. No se precisa para ello invocar algún filósofo perdurable o al propio Bolívar en sus palabras terminales.
Ahora bien, el intento por desmoronar la cada vez más frágil unidad opositora -cuando fragilidad no quiere indicar, como aquí tampoco, quebrantamiento absoluto o quiebre definitivo- no se logró, no llegó finalmente a su cometido, por gigante que parezca el poder establecido que necesariamente usó todos los métodos a su alcance para perturbarla definitivamente, irremediablemente. Las encuestas y el día a día con la ciudadanía se expresan muy bien: el domingo se manifestará nuevamente el repudio político de los venezolanos. A los mayores atentadores contra la unidad -lógico-, pero también a los secuaces, por las razones que esgriman para tratar de ocupar el espacio opositor que son, lo han demostrado, incapaces de llenar, por faltos de credibilidad, entre otras muy variadas causas.
Desde luego, uno de los planteamientos de fondo para mover el piso unitario opositor tiene que ver con los espacios políticos que pretenden ser -nuevamente, porque ya ocurrió antes- llenados a la machimberra, como diría mi madre. Técnicamente sería algo así como: sin legitimidad, ni representatividad alguna. Un poder, unos poderes: bufos, faltos, carentes, endebles, ñingas, basofias, bóñigas, detritus de poder, más imaginario que real. Más que poder, sinónimo público de impotencia. ¿Dónde yace el quebrantamiento, la debilidad, la fragilidad? Estertores de un poderío maniatado, moribundo. Llenar cargos por llenar no puede ser la intención, ni el deseo. Sustraer el valor de la legitimidad y la representatividad tampoco. Sin autoridad, sin respeto alguno, sin grandeza. Como va a ser, desde luego.
¿Un gobernador cuál valor real tendría? ¿Cuál tiene? Si hasta personeros paralelos tuvieron y el aspirar totalitario impide el movimiento de brizna o paja sin venia, sin consentimiento? Asomarse, propongo a revisar la novedosa visión parlamentaria y el valor individual y grupal de eso que así mientan: parlamento. Así, ¿qué sentido tiene estar involucrados en ese pestilente estercolero? ¿Unos churupos? ¿La indignidad de un carguito miserable, marginal, marginado? ¿No es, no era, mejor el anonimato, el ostracismo imperturbable, que prestarse a tan humillante, despreciable, rol de guinda podrida de torta prescindible?
Vendrán las viudas del desplazamiento con su cantinela balurda: «si la oposición nos hubiera respaldado a plenitud, otro gallo cantara». «Ahí estaríamos, dueños de los espacios conquistados». Ni espacio, ni conquista. La nada totalitaria se les viene encima. Y lo saben; es lo peor. Pero, como Sísifo, están condenados por sus acciones previas. Las posteriores, éstas, son las derivaciones macabras de aquellas. La venta del alma política. De esa estupidez, la mayoría de la población está al tanto. Nueve millones silentes fuera, a propósito, nada dirán: buscan respiro vital, sin derecho a opinar como no sea su expresión viva en la huida. Quienes quedamos adentro tendremos la más palpable demostración democrática del repudio, del asco, al bochornoso parapeto frágil, maloliente, en su manera de podrirse. Se vendrá abajo. Ley física.