Una victoria mínima no deja de ser victoria y preciso es cantarla y contarla. Lo ocurrido esta semana con el Bono de Guerra que entrega el régimen como máximo pago en toda la administración pública es mucho más épico que otras vaguedades. Además, puede servir, como de hecho pareciera estar sirviendo ya, para la orientación política de estos tiempos endebles para nosotros y los otros.
El fin de semana pasado, hace justo una semana, tocaba el depósito del mal hadado Bono de Guerra en la Plataforma Patria, usada para despersonalizar y contener a los trabajadores públicos, pero también al resto de la población incauta que por allí recibe miserables bonos demostrativos del populismo rastrero. Para sorpresa de todos, el bono de las miserias, de las otras miserias, lo recibieron, momentáneamente, solamente los trabajadores activos. Mala sorpresa para los jubilados.
En nuestra universidad, lo que van dejando de la USB, el engañoso aviso de la Dirección de Recursos Humanos indicaba que el impago a los jubilados se debía a problemas técnicos, fallas que remitían la imaginación a algún factor humano dislocado, que esperaban su pronta resolución. Tal vez copiaron la información de la propia Plataforma. Lo ignoro. ¿A quiénes pretendían volver a engañar? ¿A aquellos a quienes nos ofrecieron a boca de jarro, con rimbombancia, un bono único y nos dejaron en espera sin canto alguno? ¿A los también robados descaradamente con el Instructivo ONAPRE? ¿A los más experimentaros detectores de engaños?
De inmediato comenzaron las comunicaciones que daban cuenta pública del abuso, del nuevo inocultable abuso contra los trabajadores. En el caso de los universitarios existe la mentada «homologación de beneficios». La ley habla y ellos ignoran olímpicamente la intangibilidad de los derechos adquiridos. Tal como han querido ignorarla, resulta inocultable, algunos agentes de Fedecamaras. Hubo comunicados, tuits, reuniones, gritaderas, malestar expresado por todos los medios, en cada esquina. Nada de espera. ¿Para qué? Ya se sabía en que consistía el dolo, sin que nadie lo dijera. El mero retraso en días era ofensivo. Ustedes dirán: ¡son apenas 8 dólares! Pero sí, los que se suman a la progresión no del derecho laboral como pauta la ley sino a este esquilmar permanente de la calidad de vida de los trabajadores.
El Bono de Guerra es el «pago» máximo retributivo, según ellos, de las labores diarias, igualador y precario, como es. Si analizamos, como pronto haremos, el salario integral con el que se llenan la boca funcionarios del más alto nivel gubernamental, diariamente lo reducen sin resquemor para ellos, para su contentura de pillos con la merca. Esto ocurre con cada anuncio de devaluación de la moneda realizado por el BCV. En un año, la pérdida ha sido de más allá de la mitad del valor. Mientras la inflación termina por tragarse el poder adquisitivo. En fin, los casi 5 millones de jubilados percibiron un bono mocho, tres días después y se terminó de armar el zafarancho. A los días tuvieron que poner en Patria los 8 dolaritos. Con nocturnidad vergonzosa, de carrera.
La presión social se impuso ante la arbitrariedad renovada. ¿Cercanía de supuestas elecciones? ¿Irán y sus consecuencias latinoamericanas? ¿Miedo al despertar del estupor laboral creciente en el país? Digno de analizar también. Pero ahí están los hechos inocultables. Deben estar buscando de dónde más quitar para sus apetencias económicas insaciables, en medio de la «Guerra Económica» que ellos buscaron y pierden denodadamente, no fuimos los trabajadores. Que carguen, pues, sus culpas de sátrapas.