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viernes 1 de agosto 2025
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Venezolano fue a EEUU para pagarle el tratamiento a su hijo enfermo, pero nadie sabe nada de él

Adriana Loureiro Fernandez (ProPublica/The Texas Tribune)

 

José Manuel Ramos Bastidas jamás pisó los Estados Unidos. No en libertad, al menos. Se fue de Venezuela en enero de 2024, con la esperanza de ganar suficiente dinero para hacerse cargo del tratamiento médico de su hijo recién nacido. A causa de una afección respiratoria congénita, el “milagrito” de la familia padecía un cuadro grave de asma y requería frecuentes hospitalizaciones. El costo del tratamiento era imposible de asumir con el escaso sueldo que Ramos ganaba lavando autos en la devastada economía venezolana, así que recorrió miles de kilómetros y atravesó media docena de países hasta llegar a la frontera estadounidense.

Por El País 

Ramos no ingresó al país de manera ilegal. Siguió las normas establecidas por el gobierno de Biden para los inmigrantes que solicitan asilo. Hizo una cita a través de una aplicación del gobierno y, cuando se la concedieron, se entregó para solicitar protección. Un funcionario de migración y un juez determinaron que no cumplía los requisitos, y Ramos no apeló la decisión.

El gobierno lo detuvo hasta que pudiera ser deportado a Venezuela.

Meses después, Donald Trump fue elegido presidente y comenzó su campaña de deportación masiva. Una de sus primeras medidas fue trasladar en avión a la base militar estadounidense de Guantánamo (Cuba) a grupos de inmigrantes venezolanos a los que había calificado de pandilleros peligrosos.

Ramos, de 30 años, entró en pánico y llamó a su esposa para decirle que le preocupaba que le ocurriera lo mismo. En una videollamada grabada por ella, mostró un documento que, según él, era la prueba de que las autoridades de inmigración habían acordado deportarlo a Venezuela. Pero le preocupaba que no cumplieran su promesa.

“Tengo familia”, dijo mirando a la cámara. “Simplemente soy un venezolano trabajador. No he cometido ningún delito. No tengo récord en mi país ni en ningún lado”.

Un mes después, un Ramos más optimista volvió a llamar. Parecía confiado en que los funcionarios estadounidenses lo enviarían a casa. La familia de Ramos empezó a preparar su regreso. Planeaban hacerle una torta, prepararle su plato de pollo preferido e ir juntos a la iglesia para dar gracias a Dios por traerlo sano y salvo a casa.

Nunca volvieron a saber de él.

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