Ese día no pararon de sonar los teléfonos. Llamadas con tarifas internacionales de Bogotá a Washington y de Washington a Bogotá. La élite colombiana, fragmentada y en continua lucha por conquistar espacios de poder, se unió el domingo en torno a una idea: salvar al país. La orden de Donald Trump de iniciar una guerra comercial contra Colombia, en respuesta a que Gustavo Petro no permitiera aterrizar a dos aviones cargados de deportados esposados de pies y manos, con la cabeza entre las piernas, juntó a gente que no se quiere bien, que desconfía una de otra y que no duda en llamarse enemiga. El canciller Luis Gilberto Murillo, distanciado de Petro por asuntos como Venezuela, llevó el grueso de las conversaciones con la Casa Blanca. Pero tanto los expresidentes Álvaro Uribe como Juan Manuel Santos se comunicaron con viejos conocidos para que las sanciones no llegaran a imponerse. “Fue una especie de unidad nacional”, explica alguien cercano a Petro, que vivió lo sucedido en primera persona.
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