
Renato Ortuño no entendió del todo lo que significaba estar vivo hasta que salió del hospital. Habían pasado semanas desde el ataque. Una bala le atravesó la vértebra a la altura del cuello, le apagó el cuerpo de los hombros hacia abajo y le dejó una sola certeza: nunca volvería a caminar. Tampoco podía mover los brazos. Aquel 23 de junio de 2023 se quedó atrapado dentro de su propio cuerpo. Este viernes se ha sometido a la eutanasia y se ha convertido en la segunda persona en la historia de Ecuador de hacerlo de forma legal.
Por Carolina Mella | EL PAÍS
Ecuador vivía hace dos años una de las peores crisis de violencia de su historia: 21 personas asesinadas cada día. Renato estuvo a punto de formar parte de esa lista cuando unos asesinos comenzaron a seguirle por error, creyendo que se trataba de alguien que se le parecía físicamente, que manejaba el mismo carro. Todo fue una enorme burla del destino. Fue una cadena de coincidencias: el modelo del vehículo, el color, la placa, el corte de cabello, fijaron el error fatal. Renato encajaba con la descripción del hombre marcado para morir.
Esa mañana, Renato salió de su casa en Quito y, detrás de él y al mismo tiempo, lo hizo alguien con su mismo coche. Lo inquietó que un vehículo gris parecía seguirlo. Lo observó por el retrovisor durante los 23 kilómetros que recorrió hasta su oficina. No pensó en la muerte, nunca pensaba en la muerte, era joven y entonces era solo algo que le ocurrí a los demás. Cuando se detuvo frente al portón eléctrico del estacionamiento, los sicarios aprovecharon su momento de indefensión. Uno disparó desde el asiento del copiloto, el otro desde la parte trasera del auto. “Fui acribillado con nueve disparos, me hirieron cuatro. Uno de los disparos atravesó la totalidad de mi cuello y me provocó una lesión corporal grave e irreversible”, escribió al presentar su solicitud de eutanasia, dos años después.

Desde febrero de 2024, Ecuador reconoce el derecho a la muerte asistida. Fue un fallo histórico de la Corte Constitucional tras la demanda de Paola Roldán, una mujer con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que abrió la puerta a morir con dignidad en un país profundamente conservador. Renato, abogado de 38 años, conocía bien ese derecho porque había escrito sobre ello en su doctorado, lo había analizado como jurista, sin imaginar que un día lo invocaría como paciente.
Durante dos años, lo intentó todo para revertir el diagnóstico de cuadraplejía. Viajó, buscó especialistas, probó toda clase de terapias experimentales. “Me he sometido a una variedad de tratamientos de toda naturaleza para recuperar, aunque sea parcialmente, mi calidad de vida”, escribió al comité interdisciplinario del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), que evaluó su caso. Pero la esperanza también se agota.
Vive con dolor constante. Dolor físico, pero también emocional, espiritual. El tipo de sufrimiento que no cede con medicamentos ni promesas. “No es solo el dolor que las lesiones han causado y siguen causando durante todo este tiempo”, explicó en su petición. “También es haberlo entregado absolutamente todo, para procurar una recuperación, o al menos una calidad de vida más o menos decente”.
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