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jueves 31 de julio 2025
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Un mes después de la devastación en el páramo merideño

Cortesía

 

Han pasado 30 días desde aquel 24 de junio, cuando el páramo merideño, una tierra de montañas imponentes y comunidades resilientes, se vio envuelto en una tragedia. Un manto de nubes grises presagió lo que se convertiría en uno de los días más devastadores para sus habitantes.

Por: Jesús Quintero | Corresponsalía lapatilla.com

Desde la madrugada, las lluvias torrenciales no dieron tregua, transformando los riachuelos en torrentes impetuosos.

El familiar murmullo del río Chama se convirtió en un rugido ensordecedor, una señal de alarma que rápidamente se propagó por las redes sociales y grupos de WhatsApp: «¡El río está creciendo rápido!», «¡Cuidado con la quebrada!». La preocupación se extendió como la pólvora, y con justa razón.

Con el paso de las horas, el río Chama se desbordó con una fuerza incontrolable. Aguas fangosas y densas arrasaron con todo a su paso: árboles, rocas, puentes provisionales y caminos vecinales. Las viviendas más cercanas a la ribera fueron las primeras en sufrir el embate, mientras que los cultivos y siembras agrícolas fueron devorados por la corriente, dejando a varias comunidades incomunicadas.

La crecida del río no solo trajo consigo el agua devastadora, sino también el terror de los deslizamientos de tierra. En las laderas cercanas a la carretera trasandina, capas de suelo saturado cedieron, sepultando tramos de la vía y provocando un caos vehicular. La imagen serena y majestuosa del páramo se transformó en un escenario de desolación.

En la parroquia Arias, específicamente en el arenal, las comunidades también padecieron el socavamiento del terreno, lo que resultó en el desprendimiento de la calzada. Esto dejó a sus habitantes incomunicados por varios días hasta que se logró habilitar un paso provisional.

La solidaridad como faro de esperanza

Sin embargo, en medio de la devastación, la solidaridad de los merideños y de todos los venezolanos se hizo sentir desde el día siguiente.

No hubo rincón del país donde no llegara un cargamento con ayuda para las familias damnificadas, aquellas que en un abrir y cerrar de ojos lo perdieron todo.

El accionar conjunto de entes gubernamentales, organismos de socorro, cuerpos de seguridad, voluntariados, fundaciones y un sinfín de manos solidarias que no escatimaron esfuerzos para brindar una mano amiga a los afectados, ha sido fundamental en estos 30 días.

El 24 de junio quedará grabado a fuego en la memoria de los merideños, especialmente en la de aquellas familias que vivieron en carne propia la devastación de sus hogares.

Este día sirve como un crudo recordatorio de la vulnerabilidad de la vida ante la implacable fuerza de la naturaleza, pero también de la increíble capacidad humana para la empatía y el apoyo mutuo.

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