
Este miércoles por la tarde, Carlos Yuniel Valle cargó en brazos a su hija Kailyn, de un año y cuatro meses, y se dirigió a la consulta con el neurólogo en una clínica de Tampa. Aunque siempre conducía él, era la madre quien entraba en la consulta, le agarraba la mano a la niña, la calmaba, la acostaba en la camilla y ayudaba a colocar los cables multicolores en su cabeza, como parte de un estudio para descifrar la causa de sus reiteradas convulsiones. Esta vez la niña empezó a gritar con una fuerza desmedida, con un llanto incontenible que dejó a Valle y a los doctores, exhaustos. “Lo único que gritaba era mamá y mamá”, cuenta el padre poco después. “Me partió el alma”.