
Cuando los presidentes estadounidenses visitan Oriente Medio, suelen llegar con una visión estratégica para la región, aunque parezca de largo alcance.
Jimmy Carter impulsó a Egipto e Israel a un histórico acuerdo de paz. Bill Clinton lo intentó y fracasó con Yasir Arafat, el líder palestino. George W. Bush imaginó que su guerra contra el terrorismo conduciría finalmente a la democratización de la región. Barack Obama viajó a El Cairo para buscar un nuevo comienzo entre Estados Unidos y los musulmanes de todo el mundo.
El presidente Trump recorrerá el Golfo esta semana en busca de una cosa por encima de todo: acuerdos comerciales. Aviones. Energía nuclear. Inversiones en inteligencia artificial. Armas. Cualquier cosa que lleve una firma al pie de página.
Mientras planificaba el primer gran viaje al exterior de su segundo mandato, una gira de cuatro días por Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, Trump dijo a sus asesores que quería anunciar acuerdos que valdrían más de un billón de dólares.
Como estrategia de marca, tiene todo el sentido. Rodeado de miembros de la realeza y ejecutivos estadounidenses adinerados, el Sr. Trump, a quien le gusta presumir de su habilidad para negociar, garabateará con su rotulador permanente sobre pliegos de condiciones, y muchos de ellos. Visitará palacios, caminará por alfombras rojas y será tratado como un rey en una región cada vez más vital para los intereses financieros de la familia Trump.
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