
Era 29 de julio de 2024, un día después de la elección presidencial. Los disturbios cuestionando el resultado que le daba la victoria a Nicolás Maduro se multiplicaban por varias ciudades del país. En La Guaira, una estatua del fallecido Hugo Chávez era derribada por una multitud enardecida, cerca de las 7 de la noche.
Por La Gran Aldea
Aquel día, Luisneidel Zúñiga, de entonces 16 años, pasaría el día con un vecino. El plan era comer una sopa, apoyar repartiendo las bolsas del programa de alimentos CLAP y luego divertirse en cualquier esquina.
“Yo le dije que no fuera, porque había rumores de que había mucha bulla y que estaba pasando algo, o sea, que estaban protestando”, cuenta Marián Pérez, madre de Luisneidel. Para ella no era buena idea salir en medio de ese hervidero.
El ruido de las cacerolas ya se escuchaba cerca de la casa de Marián, en lo más alto de Cerro Colombia, un asentamiento de improvisadas viviendas levantadas con láminas de zinc, madera y bloques expuestos.
Sin importar el consejo, Luisneidel se despidió y siguió su camino. Marián, horas más tarde, se quedaría dormida, hasta que una llamada la despertó.
“Cuando suena el teléfono a las 10:00 de la noche, yo digo: ¡Dios mío!, teléfono, a las 10 de la noche no me gusta”.
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