
Después de un año y dos meses de encierro forzado en la embajada de Argentina en Caracas, Magalli conversa con lapatilla. Con voz serena pero firme, relata lo vivido en ese espacio que se convirtió en una especie de cárcel. Su testimonio no sólo evidencia la represión política del régimen de Nicolás Maduro, sino que también transmite un mensaje de resistencia, unidad y esperanza.
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«Nos usaron como rehenes», afirma, recordando los días en que la embajada dejó de ser refugio y se convirtió en trinchera. Junto a otros activistas y miembros del equipo de María Corina Machado, Magalli fue forzada a vivir oculta por temor a la persecución, sin acceso a libertad, con vigilancia constante y bajo condiciones hostiles. «Teníamos que racionar el uso del celular, sin electricidad ni agua, compartir apenas lo justo con nuestras familias».
Desde el inicio de su relato, queda claro que la represión no es sólo física, sino psicológica. «Se están llevando gente inocente desde hace mucho tiempo», dice. Habla de una maquinaria de persecución que ha ido perfeccionándose: detenciones arbitrarias, criminalización de la disidencia, manipulación del sistema judicial y uso del miedo como herramienta de control.
Magalli compara la situación actual con un «campo de concentración moderno», donde cada actor —el que llena la planilla, el que conduce la patrulla, el que redacta una orden de captura falsa— forma parte de una estructura de servidumbre ante un sistema criminal. “Todavía están a tiempo de no ser parte de esta pesadilla”, advierte a quienes colaboran con la represión.
En su reflexión, repasa los distintos momentos de lucha en Venezuela: las protestas de 2014, 2017, las elecciones desconocidas, los presos políticos que suman cientos. «Esto ha sido largo. La gente ha perdido todo: hogares, familias, la vida misma», comenta. Su propio padre murió sin ver la libertad por la que ella tanto lucha.
Sin embargo, a pesar del dolor, Magalli encuentra motivos para la esperanza. «Hoy hay una dirección política coherente, con el respaldo y la confianza de la gente», asegura, refiriéndose a la candidatura de Edmundo González Urrutia y al liderazgo de María Corina Machado. Destaca que el pueblo venezolano ha madurado políticamente y ahora sabe quién está del lado de la verdad.
“La elección del 28 de julio cambió la historia”, dice con determinación. Aunque el régimen no reconoció los resultados, para Magalli y millones de venezolanos fue una victoria moral que dejó claro el rechazo popular al chavismo. “Fue 70 a 30. Un triunfo brutal”, recalca. En ese momento, incluso quienes intentaban «normalizar» al régimen perdieron relevancia. “El país ya no les cree”.
Habla con admiración del rol de María Corina Machado: “Está firme, trabajando muchísimo, con una tranquilidad enorme por haber hecho lo correcto”. Y también con orgullo de Edmundo González, a quien describe como una figura de consenso, de unidad, capaz de recoger la confianza popular en momentos críticos.
Uno de los puntos más poderosos de su testimonio es la importancia de la organización: “El régimen le tiene pánico a que la gente se organice”, afirma. Y explica cómo han construido redes dentro y fuera del país, bajo una iniciativa llamada “VEN” (por Venezuela), con la que sueñan articular no solo la liberación, sino la reconstrucción del país.
“Hasta para celebrar la libertad hay que organizarse”, dice entre sonrisas. Y ese espíritu de previsión, de pensar en los primeros 100 días y más allá, demuestra que el compromiso de quienes han sufrido persecución no se limita a una coyuntura electoral, sino que apunta a refundar una nación.
También aborda el rol de la diáspora venezolana, a quienes invita a seguir informando, conectando, ayudando en la logística y en la formación ciudadana. “No es adentro o afuera. Todos somos Venezuela”, asegura.
Sobre los Estados Unidos, Magalli destaca la reunión con el senador Marco Rubio. “Fue una conversación honesta, rápida, clara. Está muy bien informado y valora el rol de María Corina”, comenta. Agrega que Rubio entiende que cortar el financiamiento al aparato represivo del régimen es esencial, al igual que desmontar su narrativa internacional basada en la mentira.
En cuanto al chavismo, Magalli no generaliza. Reconoce que muchas personas que apoyaron a Chávez no son criminales, pero responsabiliza directamente a figuras como Diosdado Cabello por convertir ese proyecto en un sistema represivo y corrupto. “Diosdado ha destruido cualquier posibilidad de que el chavismo siga como opción política”, sentencia.
Sobre el uso de la embajada como herramienta de presión, su juicio es claro: “Se violaron todas las convenciones internacionales. La Convención de Viena fue papel mojado”. Su liberación no le hace olvidar a los más de 900 presos políticos que siguen tras las rejas, algunos como el profesor Perkins Rocha, cuya detención y silencio forzado es también una forma de represión.
Magalli finaliza su intervención con gratitud. Agradece a su equipo, a los medios independientes como La Patilla, a los ciudadanos anónimos que los apoyaron desde la calle o desde el exilio. Pero sobre todo, agradece a la verdad. “Yo no estoy aquí por protagonismo. Nunca ha sido mi rol estar frente a cámaras. Estoy aquí porque es mi deber contar lo que pasa en Venezuela”, dice con firmeza.
Su historia no es solo la de una rehén que recuperó la libertad. Es la voz de una nación que, golpeada, sigue de pie. Es la prueba de que, aunque intenten silenciar al pueblo venezolano, la verdad siempre encuentra un camino. Y Magalli, con su testimonio, acaba de abrir uno nuevo.