
El testimonio de Eduardo, un ex seminarista que en 2009 inició su camino hacia el sacerdocio en Mercedes, refleja cómo una decisión de fe transformó radicalmente su destino.
Por El Tiempo
Tras abandonar la vida religiosa en 2014, pidió una señal a Dios y tiempo después conoció a Julieta en Tandil, con quien hoy comparte su vida y proyecta casarse.
Una oración que cambió el rumbo
El 7 de octubre de 2009 Eduardo ingresó al seminario de Mercedes con la intención de ordenarse sacerdote y convertirse en doctor en Teología. Sin embargo, después de cuatro años y cuatro meses decidió dar un giro a su vida, convencido de que no era su camino. El 28 de febrero de 2014 regresó a la casa de su madre para replantear su futuro. Fue entonces cuando, pese a reconocer que no debía hacerlo, hizo una oración particular. Se arrodilló en un banco de la iglesia, abrió sus manos y lanzó un desafío: “Le di una orden a Dios. Le dije una cosa o la otra, en una mano una mujer, la que Dios pusiera en mi camino, y en la otra mano quedarme solo para toda la vida”. A los pocos meses, aquella súplica comenzó a encontrar respuesta.
En 2015 Eduardo trabajaba como conductor de bus urbano en la ciudad de Tandil. Allí conoció a Julieta, oriunda de Ayacucho, quien todos los días tomaba el transporte cerca del dique para ir a trabajar. La relación comenzó con un gesto casual cuando Julieta, sin lugar para sentarse, le consultó sobre el uso del boleto electrónico. Eduardo recuerda ese instante: “Ella es bajita, le digo la peque porque es chiquita como la Peque Paretto, en ese momento me miró y haciendo un gesto con la mano me dijo ¿de que te reís?”. Ese fue el inicio de una interacción que con el tiempo se transformó en algo más profundo.
Del bus a una historia de amor
En varias ocasiones Julieta volvió a coincidir en el bus, siempre con todos los asientos ocupados. Una de esas veces, con humor, le dijo a Eduardo: “Hola, ¿cómo estás? Más de lo mismo”, a lo que él respondió de igual manera. Esas charlas breves se convirtieron en el primer lazo entre ambos. Incluso la madre de Eduardo notó algo distinto en él cuando, al llegar a casa después de esos encuentros, lo vio tentado de risa mientras ella servía sopa en la mesa: “Vos andás en algo raro, yo te conozco”, le dijo.
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