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Rehenes del Cecot | Frizgeralth relata su calvario en El Salvador: “Como muchos inocentes, no merecía ese destino”

La luz sobre los asientos se encendió. Era la señal de que ya podían quitarse los cinturones en el avión. Pero Frizgeralth Cornejo, de 26 años de edad, no podía moverse. Tenía las manos y los pies esposados. Las ventanillas estaban cerradas; solo algunos lograban ver, por las pequeñas rendijas, destellos de luces en la pista. En ese momento, un hombre alcanzó a distinguir un letrero iluminado que decía: El Salvador.

Así llegó la confusión y luego el murmullo. Después la inquietud. Los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) intentaron calmar los ánimos: “Solo es un proceso migratorio”, dijeron. Pero esa calma duró poco. Bastó el crujido metálico de una compuerta y la entrada de varios hombres encapuchados para que el miedo se impusiera. Las amenazas, los gritos, y los pasos firmes dieron a entender que no se trataba de un error.

Cornejo fue uno de los 238 migrantes venezolanos deportados al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en El Salvador, el 15 de marzo de 2025. Intentó ingresar legalmente a Estados Unidos tras aplicar a una cita a través de la extinta aplicación CBP One. Sin embargo, al presentarse en la frontera, fue acusado de pertenecer a pandillas por sus tatuajes. Pasó ocho meses bajo custodia de ICE, mientras luchaba por probar su inocencia. Pero, antes de que su caso se resolviera, fue deportado a un tercer país sin el debido proceso.

La puerta siempre estuvo abierta

Rehenes del Cecot | Frizgeralth relata su calvario en El Salvador: "Como muchos inocentes, no merecía ese destino”

Frizgeralth, ahora en libertad, camina por un callejón de las calles de Antímano, en el sureste de Caracas. Viste un conjunto blanco, uno que forma parte del emprendimiento que comparte con su hermano, Carlos y que, tiempo atrás, le dio el impulso para migrar a Estados Unidos.

Se presenta con una sonrisa serena y, con un gesto amable, señala la puerta del apartamento de su abuela paterna para invitarla a pasar. Al subir algunos pisos, y cruzando una reja, lo esperan su abuela, su prima y un tío, que lo reciben con abrazos largos, cargados de una alegría contenida. No es la primera vez que regresa a esa casa, pero la emoción del momento lo hace parecer. “Aquí lo extrañamos demasiado”, dice su abuela con una sonrisa, mientras lo invita a entrar con el cariño de alguien que nunca cerró la puerta, siempre esperando su regreso.

Rehenes del Cecot | Frizgeralth relata su calvario en El Salvador: "Como muchos inocentes, no merecía ese destino”
Foto: Mauricio Villanueva

Frizgeralth se sienta en uno de los muebles cercanos a la ventana del apartamento. Se acomoda con calma, aunque en su mirada persiste el cansancio. Admite que todavía intenta poner en orden todo lo que vivió. “Si fuera por mí, preferiría olvidar”, dice con sinceridad. No porque quiera borrar todo, sino porque la noche del 15 de marzo de 2025 sigue siendo un recuerdo doloroso que prefiere evitar.

Rehenes del Cecot | Frizgeralth relata su calvario en El Salvador: "Como muchos inocentes, no merecía ese destino”
Foto: Mauricio Villanueva

Él contó que al llegar al Aeropuerto Internacional de El Salvador, nadie se quería bajar de aquel avión. Pero cuando ya se dieron de cuenta que ya no estaban bajo el control de ICE, sino de la policía salvadoreña, sabían que no tenían otra opción más que obedecer. 

“Nos dijeron que si no nos queríamos bajar, lo harían por la fuerza. Empezaron a agitar bombas lacrimógenas y nos advertían que nos las iban a lanzar. Entonces agarraron al primer compañero que estaba sentado en los primeros puestos, lo golpearon y lo bajaron a la fuerza. En ese momento, todos pensamos: ‘Nos vamos a ganar una pelea gratis’, pero decidimos bajarnos para evitar más problemas. Así, uno por uno, fuimos bajando mientras nos obligaban”, indicó para El Diario. 

Rehenes del Cecot | Frizgeralth relata su calvario en El Salvador: "Como muchos inocentes, no merecía ese destino”
Foto: Mauricio Villanueva

Todos fueron obligados a abordar un autobús que los llevaría al Cecot. Frizgeralth recordó que, de ese viaje, solo le quedó en la memoria una carretera oscura, rodeada únicamente por matorrales a los lados.

Al llegar a la cárcel, los sometieron para hacerlos entrar a una sala y raparles por completo el cabello. Recordó mirar hacia la luz blanca y penetrante que le encandilaba la vista. La miraba fijamente en un intento por querer que todo fuese un sueño. 

Frizgeralth contó que siempre fueron tratados como crímenes de alto perfil, y que los arrodillaron en el suelo con la cabeza hacia abajo para grabar los videos y tomar las fotografías. Luego, los subieron a otro autobús porque serían internados en el módulo 8. El protocolo terminó con la advertencia de que no volverían a ver la luz solar y, si salían, sería sin vida. 

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Venezolanos en el Cecot. Revista Time

“Yo recuerdo sentirme muy desorientado, pensé, ¿qué hago yo aquí?, ¿por qué me está pasando esto?, todo me pasaba por la mente y luego escuché decir frase como: ‘bienvenido al infierno’, ‘aquí te vas a morir’, ‘aquí vas a durar toda tu vida’”, afirmó. 

Después, los dejaron desnudos y les entregaron un uniforme blanco. Una vez en la celda, la puerta se cerró con un golpe seco. La luz artificial quedó afuera. Dentro, solo quedaba el silencio y la incertidumbre.

El encierro que los hizo desaparecer

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Foto: EFE

Frizgeralth refiere que en las celdas nadie se conocía por su nombre, sino por un apodo. A él le decían “Catire” o “Mamera”, por la zona en donde vive, en Caracas. Ninguno de los migrantes estuvo en una celda fija, sino que eran rotados cada cierto tiempo. 

“Llegué a la celda 5, y si no recuerdo mal, éramos 10 personas. A los pocos días me cambiaron a la celda 7, donde solo éramos dos. De ahí me pasaron a la 21, en la que llegamos a ser hasta 16, pero solo estuve un día, porque al siguiente me regresaron a la 5”, precisó el venezolano.

El venezolano admitió haber sufrido torturas durante su encierro, pero evita entrar en detalles para protegerse del dolor que revivir esos momentos le causaría a su familia. “Llegué a contar que me desmayé hasta seis veces por las golpizas que recibí”, agregó. También sostuvo que la falta de contacto con su familia le hacía sentir que no solo era un castigo físico, sino un intento por desaparecerlos, algo que, para él, fue aún más difícil de soportar.

Frizgeralth, a diferencia de otros migrantes, llegó al Cecot después de haber sido trasladado a varios centros de detención en Estados Unidos. Durante ocho meses, observó cómo muchas personas entraban y salían, pero él decidió no pedir la deportación, confiando en que la justicia fallaría a su favor y lo liberarían. Esa expectativa, sin embargo, nunca se cumplió y fue confinado todo ese tiempo al encierro. 

“Antes de la deportación, yo estaba contento porque me avisaron que me habían cambiado de juez y mi abogado me dijo que era más flexible con la situación de los migrantes. Pero a los días fue que me notificaron que estaba en una lista y que iba a ser deportado a Venezuela. Me extrañé porque, si yo estaba peleando mi caso, ¿cómo me iban a deportar? Llamé a mi hermana, ella trató de comunicarse con el abogado, pero nunca respondió. Tenía pensado ni siquiera montarme en ese avión, resistirme, pero me dijeron que si no lo hacía por mi voluntad, lo harían por la de ellos.

Frizgeralth contó que, al ser tratado como un criminal, en las celdas solo había dos tomas de agua que los presos debían usar tanto para beber como para limpiar el espacio. Además, señaló que en varias ocasiones las tuberías de aguas negras estaban mal instaladas, lo que provocaba un olor tan fuerte e insoportable que impregnaba todo el ambiente, haciendo aún más difícil poder dormir en ese lugar.

Rehenes del Cecot  | Detrás de la megacárcel donde se apagan las voces de los venezolanos deportados
Foto: Lissette Lemus

“Nos mandaban a limpiar solo con agua, pero con agua no se podía. El orine y la suciedad de las otras celdas llegaba hasta la nuestra, porque cuando echaban agua en una celda, parecía que todo salía. No teníamos agua potable para beber; teníamos que tomar del mismo tanque con el que nos bañábamos, nos lavábamos y hacíamos nuestras necesidades. Usábamos la misma taza para lavarnos y para beber”, sostuvo.

Frizgeralth atribuye a su fe en Dios la fuerza para resistir el encierro y las dificultades que enfrentó. En medio del miedo y la incertidumbre, esa creencia le ayudó a sostener la esperanza de que, a pesar de todo, conservaría el vínculo que lo acercaba a su último sueño, el reencuentro con su familia.

“Descubrí una parte de mí que no conocía, y eso es algo que agradezco. Hoy pienso que Dios me puso esa prueba por algo y hoy tengo la recompensa de volver a estar con mi familia”, contó. 

Volver a empezar 

Rehenes del Cecot | Frizgeralth relata su calvario en El Salvador: "Como muchos inocentes, no merecía ese destino”
Foto: Mauricio Villanueva

En las celdas circulaba el rumor de que su reclusión respondía a un motivo político y que no duraría más de tres meses. Al principio, esa idea funcionaba como una esperanza compartida entre los presos. Pero cuando llegó julio y el tiempo seguía avanzando, las dudas comenzaron a invadirlos. 

Un día, uno de los reclusos nicaragüenses que cumplían servicio comunitario en el módulo, se acercó para intentar calmarlos.

—“Tranquilos, ya falta poco”, les aseguró.

Fue a los días, durante la madrugada del viernes 18 de julio, que se encendieron todas las luces del pabellón y un hombre, que parecía una figura de autoridad, les ordenó alistarse para recibir ropa y prepararse para un viaje, cuyo destino aún desconocían.

Todos fueron trasladados en varios autobuses hasta un aeropuerto militar. Desde lejos, Frizgeralth reconoció el logo de Avior, una aerolínea venezolana desconocida para muchos, pero que significaba el regreso.

Cuando un oficial con la bandera de Venezuela en la gorra se acercó, las emociones estallaron. Se escucharon lágrimas y celebraciones; era la señal de que el regreso a casa finalmente había comenzado.

“Recuerdo que ese funcionario se subió al avión y dijo: ‘Buenas tardes, espero que se encuentren bien. Solo quería decirles que ya están en territorio venezolano’. Eran las palabras que estuvimos esperando durante tanto tiempo”, agregó Frizgeralth. 

En ese momento, Frizgeralth solo podía imaginar el abrazo de su madre, la bienvenida que le aguardaba, los globos prometidos y ese encuentro que, durante todo su encierro, se había convertido en su mayor anhelo. Llegó a su casa en la madrugada del lunes 21 de julio.En la parte alta de Mamera, vecinos salieron para recibirlo. La espera terminó y cerró un capítulo lleno de incertidumbre, dando paso a un nuevo comienzo.

Rehenes del Cecot | Frizgeralth relata su calvario en El Salvador: "Como muchos inocentes, no merecía ese destino”
Foto: Mauricio Villanueva

Para él, los tatuajes no fueron más que un pretexto para mantenerlo privado de su libertad. “Nunca me hice algún tatuaje alusivo a alguna banda o pensando en hacerle daño a alguien o perjudicar a alguien. Sé los valores que tengo, sé de dónde vengo, sé la familia que tengo y al igual que yo allá había muchas personas inocentes que no debieron pasar por ese proceso y que ni siquiera tenían un tatuaje en su piel”, acotó.

Frizgeralth asegura que sigue siendo la misma persona que salió de Venezuela en busca de un futuro mejor. Mantiene la esperanza intacta y la convicción de que su lucha no fue en vano porque ahora es consciente de la fortaleza que lleva dentro. Sostiene que seguirá adelante como un acto de resistencia y de compromiso con el sueño que lo llevó a migrar. 

“Gracias a Dios, ese Friz con sueños sigue vivo”, concluyó.

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