“Que la palma te acompañe”, dicen los palmeros de Chacao mientras bajan de Sabas Nieves con las ramas recién cortadas al hombro. Esta frase forma parte de la tradición que comienza en el cerro El Ávila, donde acampan para podar las palmas y luego llevarlas en procesión a la iglesia de San José de Chacao para ser bendecidas el Domingo de Ramos. Es un acto de peregrinación, memoria y resistencia que perdura de generación en generación.
Este año la actividad se realizó el sábado 12 de abril. La bajada comenzó a las 11:00 am y contó con la asistencia del alcalde de Chacao, Gustavo Duque, así como de gran cantidad de personas que acompañaron a los palmeros por las seis estaciones.

Esta costumbre marca el inicio de la Semana Santa en Venezuela. El equipo de El Diario realizó un recorrido para conocer la perspectiva de los palmeros, quienes coincidieron que llevar la palma es señal de compromiso hacia sus raíces y su identidad cultural.

Tradición y arraigo
Los palmeros visten de blanco. Algunos usan botas, otros prefieren llevar cualquier zapato que consideren cómodo. Muchos llevan camisas manga larga que sirven para protegerse del sol y del roce con las ramas. En la cabeza, sombreros de palma, gorras o pañoletas. Cada quien se prepara a su manera, pero todos comparten una idea clara del camino: la montaña no se sube a prisa. Se avanza en grupo, atentos al que va atrás y nadie se queda solo.

A medida que la procesión avanza, los vecinos se asoman desde sus ventanas. Sus miradas se dirigen a los más jóvenes, que con su energía muestran el entusiasmo de seguir el cortejo santo.
Edison Blanco, de 19 años de edad, es palmero gracias a su papá. Desde pequeño, quiso unirse a esta tradición, y hoy la sigue con dedicación. Aunque es joven, entiende lo que significa cargar las palmas y participar en la bajada. “Lo hago por mi familia, pero es algo que se lleva en la sangre”, comentó para El Diario mientras sus compañeros entonaban los cánticos de la peregrinación. Para él, ser palmero es algo que no se puede describir; es una vivencia que solo se comprende al ser parte de la práctica.

La continuidad de la procesión de los palmeros ha dependido en gran medida de los más experimentados, quienes han transmitido el valor de esta costumbre. Eleazar Méndez, conocido como Elía, recuerda que comenzó a subir a El Ávila a los 13 años de edad, aunque en la actualidad se considera tardía, ya que los niños comienzan a participar en el rito entre los 5 y 8 años de edad.

Pero a diferencia de la mayoría, Elía no heredó la rutina de su padre. Su vínculo con la palma comenzó por la historia que le dio origen a los palmeros de Chacao. Una epidemia de fiebre amarilla afectó a muchas personas en Caracas en el año 1776, por lo que el párroco José Antonio Mohedano pidió palmas para bendecirlas el Domingo de Ramos. Los dueños de haciendas enviaron a sus peones a El Ávila a recolectarlas, esperando detener el brote. Elía encontró en ese relato un motivo para subir la montaña cada año.

“Las palmas fueron llevadas al templo y, con el tiempo, los casos de fiebre amarilla comenzaron a bajar. Nosotros (palmeros) cumplimos con la Iglesia, pero sobre todo con Dios. Lo que buscamos es que él quede conforme con la promesa que seguimos honrando cada año con esta caminata de fe”, dijo Méndez para El Diario.
El sentimiento de ser palmero
Elía también sostiene que lo que ocurre en la montaña no se puede explicar fácilmente. Comentó que se enseña a los más jóvenes a podar las palmas de forma adecuada para asegurar que el rito se preserve. Sin embargo, señaló que muchos de los novatos, en su primera experiencia, no pueden evitar llorar, no por el esfuerzo, sino por la emoción de formar parte de algo tan arraigado a la comunidad.

Antes de cortar la palma, es habitual que los palmeros recen o pidan permiso, como una forma de honrar el vínculo que tienen con la montaña, donde reposan los muñecos, nombre que reciben los miembros fallecidos. Otra de las costumbres consiste en llevar las cenizas de los palmeros que murieron, para que sigan cuidando a los que aún continúan buscando ramas y a las nuevas generaciones que se suman cada año.
Alejandro Padrón, el palmero más longevo con 83 años de edad y presidente de la asociación, desea que sus cenizas reposen en la montaña. Para él, esa sería su manera de cuidar a quienes continúan y de preservar el vínculo construido durante décadas.

Padrón tiene 73 años subiendo al Ávila a buscar palmas. A pesar de los años y los desafíos físicos, su espíritu sigue intacto. “Mientras mis piernas aguanten, seguiré subiendo”, acotó.
Como él, otros asumieron roles de liderazgo en las filas de los palmeros para mantener esta creencia. Algunos, desde sus espacios, están moldeando la costumbre a su manera, pero manteniendo el respeto y los valores inculcados con el objetivo de proteger la herencia colectiva y religiosa de sus familias.

Sobre la bajada de los palmeros
La costumbre cumplió 249 años en 2025. En 2019, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró a los Palmeros de Chacao Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Desde el siglo XVIII hasta la actualidad, solo hubo dos años en los que los palmeros de Chacao no pudieron cumplir con esta costumbre: 2020 y 2021, como consecuencia de la pandemia de covid-19.
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