Por segunda vez en 48 horas, el régimen de Nicolás Maduro ha escalado las tensiones con Estados Unidos al enviar aviones militares a sobrevolar un destructor de la Marina estadounidense, en aguas internacionales cercanas a Venezuela.
Funcionarios del Departamento de Defensa confirmaron estos incidentes, calificándolos como un peligroso «juego del zorro y la gallina».
Estas maniobras temerarias, son una clara provocación. Maduro, acorralado por sanciones y una crisis interna que ha devastado Venezuela, parece buscar un enfrentamiento que desvíe la atención de su colapsado régimen narcoterrorista.
Los sobrevuelos no solo violan normas internacionales, sino que se arriesgan con consecuencias catastróficas para sus tripulantes y para todo el estamento militar venezolano.
El Pentágono ha recibido autorización para derribarlos y de emprender acciones en tierra de parte de su comandante en jefe, el presidente Donald Trump, dentro de sus planes para proteger la libertad de navegación y contrarrestar las operaciones ilícitas del régimen, como el narcotráfico.
Maduro, en cambio, usa estas acciones para proyectar fuerza ante un pueblo hambriento y una comunidad internacional que lo repudia.
La pregunta no es si Maduro seguirá jugando con fuego, sino cuánto tiempo pasará antes de que su imprudencia desencadene una crisis mayor.
La región, y el mundo, observan con atención, confiados en que le llegó la hora a Maduro y sus cómplices y su caída es absolutamente inevitable.