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viernes 1 de agosto 2025
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“¿Por qué dices?”, me dijo

¿Por qué dices “moustro” si es “monstruo”?

¿Por qué dices “preveer” si es “prever”?

¿Por qué dices “apreta” si es “aprieta”?

¿Por qué dices “pánel” si es “panel”? 

¿Por qué dices “demen” si es “denme”?

¿Por qué dices “OTÁN” si es “OTAN”?

¿Por qué dices que “alíneas” si es “alineas”?

¿Por qué dices  “ocsila” o “picsina” si es “oscila” y “piscina”?

¿Por qué dices “el cóvid” si es “la covid”?

¿Por qué dices “interín” si es “ínterin”? (A que esta no te la sabías, reconócelo…).

Estas son 10 preguntas extraídas al azar del poco conocido “Cuestionario PABLO” (Preguntas Avanzadas para el Bienestar del Lenguaje Oficial), elemento central del método diseñado por mi maestro, el famoso lingüista Pablo de La Hoz, para decidir el ingreso a la Comunidad Terapéutica Lingüística, por él fundada, con el objetivo de que, a través de la IMR (Inmersión Lingüística Radical), los usuarios del idioma de Cervantes lo respeten mínimamente (al idioma, no a Pablo).

Se sabía: desde hace años el maestro estaba madurando la idea. Decía que no bastaba con conferencias, talleres, encuentros o charlas. “No es suficiente. Sí se logra mejoría, pero la recaída es segura y muy rápida”. Y no le faltaba razón. Casi de inmediato vuelven a preguntar “¿Fuistes?”, “¿Comistes?”. Vuelven a decir “Nóbel” y no “Nobel”. Vuelven a decir “diábetes” y no “diabetes”. Los jefes de pelotones vuelven a ordenar “¡A ‘discrección’!”. La gente vuelve a escribir “a parte” en vez de “aparte”. Tipos inteligentes siguen diciendo “yo soy de los que creo”, “yo soy de los que piensa”, o peor, “yo soy de los que pienso”, justamente sin pensar, porque, si lo hicieran, dirían apropiadamente “yo soy de los que piensan” y “yo soy de los que creen”. Y, de paso, todos estos grandes transgresores de las normas básicas de nuestra lengua siempre quieren justificarse con un “tú me entendiste”. Pues, no. De hecho, esa fue una de las tantas motivaciones que se tomaron en cuenta para llevar el modelo de Comunidades Terapéuticas para dependientes de diversas sustancias psicoactivas a la terapéutica de los innumerables maltratadores del español. Y tiene su lógica, después del demostrado éxito de la apertura de estos centros para quienes padecen diversas “dependencias comportamentales” o “no químicas”. Felizmente, la estancia allí les ha reportado grandes beneficios a las personas con problemas como el juego patológico, las “videoadicciones” o la adicción al sexo. 

Hay otros casos muy graves que justifican el ingreso a estos centros terapéuticos. Allí encontramos a la gente que dice “pernotar” o “pernota”,  por “pernoctar” y “pernocta”; que dice “eruto” por “eructo”, “almuhada” por “almohada” o “cónyugue” por “cónyuge”. Pero también los torturadores —siempre perversos— del verbo haber: “Aquí habemos varios que no estamos de acuerdo”. ¿Y cómo vas a estar de acuerdo, hijo, si alguien que dice “habemos” tiene que estar en perfecto desacuerdo con todo? Pero él insiste: “Es que ‘han habido’ momentos difíciles en mi vida”. Y los seguirá habiendo, mientras no te detengas a reflexionar un poco sobre el verbo “haber”, siempre impersonal cuando es principal en la oración. Esto es: nunca toma el número ni el género del sujeto.

También tienen su espacio allí, por derecho propio, los empeñados en presuntas diferencias en la pronunciación de “b” y “v”, cuando en español no hay ninguna distinción fonética entre estos dos fonemas. Por cierto, ya basta de nombrar a la “b” como “b alta”, “b larga”, “b de burro” o  “b de Bolívar” (raro, ¿no?, porque la “v” también es de “Bolívar”) y a la “v” como “v corta”, “v baja”, “v de vaca” o “v de Venezuela”. El caso es que estas letras son inocentes en todo este galimatías. Se llaman be y uve y en su pronunciación son alófonas, es decir, no hay ninguna distinción entre ellas, porque ambas son bilabiales sonoras /b/ y no es cierto que la uve se pronuncie como labiodental sonora /v/ en ninguna parte, salvo en ciertas escuelas de educación primaria, donde algunos maestros se precian de enseñar muy bien el idioma porque ponen a los niños a pronunciar la uve como fricativa labiodental sonora, ya casi a punto de sonar como una uve alemana, es decir, como una efe. La indiferenciación de los sonidos de ambos fonemas viene de muy lejos y no solo del latín hablado en Hispania, como piensan los conocedores de la muy citada frase atribuida al mismo Julio César: Beati hispani, quibus vivere, bibere est! Traducida como “¡Felices los españoles, para quienes vivir es beber!”. El caso es que, hoy por hoy, se sabe que ese fenómeno, conocido como “betacismo”, también se dio en muchas otras zonas del Imperio romano. Por qué luego se mantuvo la distinción en todas las lenguas romances y no en el español es asunto de un texto un poco más largo.

Pero volviendo a la idea de nuestro lingüista favorito, ¿no es cierto que el internamiento suena como la mejor alternativa para quienes dicen “de gratis” por “gratis”, “deprivación” por “privación”, “inaurar” por “inaugurar”, “encima mío” por “encima de mí”, o “yo estoy enamorado tuyo” por “estoy enamorado de ti”? 

No pienso que el tratamiento sea necesario para quienes en Venezuela pronuncian “cardiaco”, “maniaco” o “policiaco” (acentuaciones muy correctas, típicas de México y de España, pero no de aquí, donde siempre hemos dicho “cardíaco”, “maníaco” o “policíaco”). Sí deben entrar los fanáticos de “diatriba” con un delirante uso como “controversia” o “polémica”, cuando sus únicos significados son “ofensa” o “insulto”. García Márquez lo sabía muy bien, cuando intituló “Diatriba de amor para un hombre sentado” a su única obra de teatro. 

También tienen justificado pase a hospitalización los usuarios de la coma “asesina” o coma “criminal”, aquella utilizada sin ninguna razón lógica entre el sujeto y el verbo, o entre este último y el predicado (solamente válida en incisos).

Al hablar de confusiones fonéticas, vale la pena recordar la anécdota del gran poeta de Anzoátegui Tomás Ignacio Potentini (1859-1906), quien se encontraba en plena partida de barajas con sus amigos, interrumpida por un mensajero, quien le entregó un papel con una solicitud escrita por su esposa. Por la respuesta del poeta conocemos cuál fue el requerimiento de su señora: “No incurras, Salomé/ en gramaticales excesos/ yo no me explico el porqué/ al pedirme veinte besos/ escribes besos con pe”.

En estas disquisiciones me encontraba un día, cuando Pablo me preguntó: “¿Ya tienes la preselección de los posibles candidatos a ingreso?”. Se quedó pensativo cuando le comenté que deseaba incluir a quienes se la pasan escribiendo “Waaooo!” como expresión de sorpresa en sus escritos en Guasap (ya aprobado por la RAE); a quienes ordenan que “se repita dos veces” (lo que implica hacerlo tres veces) o a quienes generan un hiato donde debe predominar una elisión, como en “Ella iba a Andalucía”, muy bien pronunciada como “ellaibaaandalucía” y nunca como Ella/ iba/ a/ Andalucía. El caso es que en algo me debo haber equivocado porque hizo un gesto de gran incomodidad, dio media vuelta y se marchó. Lo último que le escuché, articulado entre dientes, fue “¿Por qué dices…?”, sin poder entenderle el final. 

Así me dijo y así me dejó: realmente a mi maestro nunca le han gustado mis malos juegos de palabras.

La entrada “¿Por qué dices?”, me dijo se publicó primero en El Diario.

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