A sus 59 años, el cardenal Pierbattista Pizzaballa no figura entre los nombres más mediáticos del Colegio Cardenalicio, pero su perfil tranquilo, diplomático y sin estridencias ha ido consolidándose como uno de los favoritos italianos para una eventual sucesión de Pedro. Patriarca Latino de Jerusalén y profundo conocedor de Tierra Santa, su trayectoria combina la sensibilidad pastoral con el temple de gobierno, un equilibrio poco común en tiempos de tensiones internas en la Iglesia.
Por eldebate.com
Nacido en 1965 en Bérgamo e ingresado joven en la Orden de los Frailes Menores, Pizzaballa ha estado profundamente vinculado a Tierra Santa desde 1990. Con estudios en teología bíblica y dominio del hebreo moderno, se ha ganado el respeto no solo dentro del mundo católico, sino también en el difícil ámbito del diálogo judeo-cristiano. Su experiencia como Custodio de Tierra Santa durante más de una década (2004-2016) y como Patriarca desde 2020 lo ha convertido en una figura esencial en uno de los contextos geopolíticos y religiosos más complejos del mundo.
Su nombre ha resonado con más fuerza desde que estalló la guerra Israel-Gaza en 2023 y desde que expresó su disposición a ofrecerse como intercambio a Hamás para liberar a los niños israelíes secuestrados y retenidos en Gaza.
Pizzaballa tiene un estilo sobrio, algo que, lejos de restarle atractivo, le suma puntos en un panorama que valora cada vez más la discreción y la capacidad de construir consensos. La web oficial del Colegio Cardenalicio lo define precisamente así: «rara vez aborda temas controvertidos». Él mismo ha evitado pronunciarse sobre cuestiones como Fiducia supplicans.
«El punto de partida debe ser la fe»
No obstante, Pizzaballa no es indiferente al mundo que lo rodea. Desprecia el clericalismo y mantiene una fuerte sensibilidad hacia los migrantes, el diálogo interreligioso y, en cierta medida, el medio ambiente. Aunque cercano al Papa Francisco en muchos aspectos, presenta diferencias sutiles pero relevantes. Como el Pontífice argentino, desea una Iglesia abierta a todos, aunque matiza que «esto no significa que sea de todos».
Subraya con claridad la importancia de la justicia social, los derechos y los deberes, pero con la convicción de que «el punto de partida debe ser la fe». En su visión, los cambios no deben generar temor, porque —insiste— no es el hombre quien hace la Iglesia «sino Cristo quien la dirige».
En el terreno litúrgico, es meticuloso y respetuoso de las normas de la Santa Sede, sin mostrar hostilidad hacia la Misa tradicional. Sin embargo, aplicó restricciones en esta tras la publicación de Traditionis Custodes, en línea con las directrices vaticanas. Durante la pandemia, manifestó su disgusto al tener que cerrar iglesias.
A su favor juega una trayectoria sólida, internacional y marcada por la fidelidad, tanto en lo doctrinal como en lo pastoral. En su contra, una cierta juventud —59 años— que puede hacer dudar a algunos cardenales sobre la conveniencia de un pontificado que podría durar más de dos décadas.
Con todo, Pierbattista Pizzaballa representa una figura de continuidad con el estilo de Francisco, pero con un tono más reservado, más institucional. Un hombre que conoce Oriente y Occidente, que habla italiano, inglés y hebreo, y que no teme las complejidades del diálogo religioso ni los desafíos de gobernar en medio del conflicto. No busca protagonismo, pero podría estar entre los que marquen el rumbo de la Iglesia en el próximo cónclave.