La política colombiana al paso de Gustavo Petro viaja a un ritmo vertiginoso. Las sonrisas del sábado pasado en Casa de Nariño, cuando el presidente logró aprobar su reforma pensional, ya fueron reemplazadas por quienes se muerden las uñas ante tres nuevas crisis del presidente. El primer temblor político llegó hacia las siete de la mañana del jueves, cuando la canciller, Laura Sarabia, antigua mano derecha de Petro en el Departamento Administrativo de la Presidencia (DAPRE), decidió publicar su carta de renuncia: se va tras un desacuerdo con el jefe de Estado sobre una licitación para imprimir pasaportes. Buena suerte, le respondió Petro. Dos horas después, una jueza pidió una orden de captura contra otro exdirector del DAPRE, Carlos Ramón González, por estar en el centro de un caso de corrupción. El presidente no dijo nada para el exfuncionario de más alto rango en su Gobierno con una orden de captura. El tercer temblor, el más fuerte, llegó desde Estados Unidos. El secretario de Estado, Marco Rubio, decidió llamar a consultas a su embajador interino en Bogotá por las “declaraciones infundadas” que viene haciendo el Gobierno de Colombia. Esto después de que Petro pidiera investigar si su excanciller Álvaro Leyva buscó el apoyo de dos congresistas republicanos para hacer un golpe de Estado. Petro, quien prefiere manejar las relaciones diplomáticas por redes sociales, recogió el guante: llamó también a su embajador en Washington a consultas. Los daños del terremoto aún están por medirse.
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