La neblina matutina envolvía este lunes los rascacielos encaramados a las colinas costeras de Lima. Los surferos cabalgaban sobre las olas bravas del Pacífico mientras tierra adentro los que tienen que trabajar de sol a sol para ganarse el sustento esperaban pacientemente en filas kilométricas para tomar un autobús que avanzaría a paso de tortuga en el infernal tráfico de la capital peruana. A primera vista, un día cualquiera, pero Perú amaneció este lunes sin el más ilustre y universal entre sus hijos, Mario Vargas Llosa, fallecido el domingo rodeado de los suyos y en paz a los 89 años. Su país lo ha despedido con un día de luto nacional y la bandera rojiblanca a media asta por decreto. Ningún otro gesto institucional, en respeto a su deseo. El Nobel quiso una despedida íntima, sin homenajes públicos.

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