Paul Amundarain sueña con una ciudad llena de vida. Su faceta como arquitecto ve en las calles y cuadrículas la anatomía de una Caracas que se estancó en sus pretensiones de gran metrópolis latinoamericana, pero su faceta de artista se adentra en ese espíritu urbano, lleno de procesos sociales complejos, violencia e historias de dolor y esperanza. Su obra se enfoca en las vidas que habitan dentro del mapa.
Todas estas inquietudes, artísticas y sociales, se resumen en la exposición Los sueños no se borran. In progress, que se desarrolla en el Centro Cultural de Arte Moderno (CCAM), en la Torre BNC (antiguo BOD) en La Castellana, Caracas. El proyecto forma parte de una alianza con Cerquone Gallery y diferentes empresas privadas, y estará abierta al público hasta el 10 de agosto.
La exposición tuvo una preapertura limitada el 28 de junio, aunque la inauguración formal fue el 11 de julio, cuando el artista llegó a Venezuela para compartir su obra en una ceremonia privada. Allí Amundarain contó a los asistentes que esta exposición se divide en varias capas en las cuales hay que adentrarse para entender su mensaje. Una experiencia casi onírica, abierta a la interpretación de cada persona frente a la obra.
“Con esta muestra estamos haciendo literal esa imagen de que cuando soñamos y nos despertamos en la mañana se nos borran los sueños, pero yo siento que quedan ahí, almacenados en la conciencia . De alguna manera, hago una metáfora con eso acerca de los sueños personales y los sueños del país”, relató.
Una vida, una obra

De acuerdo con el curador de la exposición, Félix Suazo, Los sueños no se borran posee un carácter antológico, pues resume casi dos décadas de trabajo de Amundarain, en una selección dividida en tres cuerpos de trabajo: Anarquía, Sueños de modernidad, y Multiple Realities. En ella convergen piezas de pintura, fotografías intervenidas, escultura y collage. Cada una reflejando inquietudes del artista a lo largo de su vida, aunque con el punto común de retratar la idiosincrasia venezolana a través de sus referentes urbanísticos y culturales.
Amundarain (Caracas, 1985), estudió Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela (UCV), sin embargo, siempre se mantuvo conectado con su vena artística, participando en diferentes ferias de arte y exposiciones en Venezuela, como la galería Viloria Blanco de Maracaibo (estado Zulia), o el Centro de Arte Los Galpones (Miranda). Emigró en 2013, manteniendo desde entonces su residencia entre Miami (EE UU) y Ciudad de México. Esto no le ha impedido hacer exposiciones en su país, en espacios como el Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (Maczul), el Centro Cultural Chacao (Caracas) o las sedes de Cerquone Gallery.
“Como artista me siento muy influenciado por mi contexto, tanto de ciudad y de país, como el de las cosas que van sucediendo son importantes y de alguna manera es inherente que se vea reflejado en la obra”, declaró en entrevista para El Diario.
Anarquía

Al entrar a la sala de exposiciones del CCAM, la primera obra que se roba la atención es una motocicleta completamente pintada de blanco, con una mancha negra en su centro. Forma parte de Anarquía, la primera etapa de la exposición que recoge una serie de obras hechas por Amundarain entre los años 2011 y 2013.
En esta serie se aprecia la percepción de Amundarain sobre la ciudad, con una visión caótica y fragmentada, pero cargada de una belleza particular, incluso optimista. Parte de pinturas en las que se ven planos centrales que convierten la urbe en un montón de retículas en desorden, a veces oscuras y de trazos violentos como en Abismo, y en otras construyendo topografías reflectantes y llenas de relieves geométricos, como en sus obras Piel anárquica y Broken Mirror, en los que las piezas brillantes tejen un mapa muy similar a las vistas de los techos de zinc en los barrios vistos desde arriba.

Amundarain explica que al crear estas series, trató de imaginarse la naturaleza y las dinámicas contenidas en esos ecosistemas, y extrajo elementos cotidianos como tótems populares. De allí esculturas como una defensa de carretera para representar la vida y las segundas oportunidades. O la moto en cuestión, que, cuenta, surgió en un contexto en el que la venta de estos vehículos estuvo en auge en el país, siendo un reflejo de movilidad y anarquía, pero también de la violencia que sumió a Venezuela en esa época, siendo en algunos casos un símbolo asociado a la delincuencia.
La moto se desangra en un líquido negro que bien puede ser petróleo, combustible que mueve al país, pero que se desperdicia entre derrames. El artista señala que estas obras son reflectantes para confrontar al espectador y qué pueda verse reflejado en ellas. Que tomen consciencia, viendo sus rostros fragmentados entre las retículas urbanas, de las consecuencias de dejarse embriagar por el lujo y el derroche.
Esto es incluso más explícito en su obra Impacto, de su serie Entropía (2012). Un panel dorado, señal de la riqueza y abundancia del país, atravesado por varios agujeros de bala.
Modernidad

Al bajar las escaleras de la sala está la segunda capa de la exposición: Sueños de modernidad. Aunque hay piezas más recientes, la mayoría se hicieron entre 2014 y 2017, coincidiendo con sus primeros años como migrante. Señala que en ese momento pensaba en su país desde el ideal perdido, desde su historia y aquellos referentes que alguna vez marcaron su identidad, pero que ya no existen. Los espejismos de lo que pudo ser y no fue, de la modernidad que el país rozó en sus años de maravilla petrolera, pero más que nada, de sus sueños de un país mejor.
Aquí influyó su faceta como estudiante de Arquitectura, y su opinión sobre lo que significa realmente modernizar un país. Su pasión ucevista se refleja en obras como Pintura mosaico, en la que rinde homenaje a los murales y obras de la Ciudad Universitaria de Caracas, nuevamente con las retículas que bien pueden representar los mosaicos de sus edificios, o su expresión como “Síntesis de las Artes”.

En esta sala confluyen diferentes series en las que habla de temas como los símbolos de poder con Abajo cadenas, o Smile, en el que interpela los paradigmas estéticos de la sociedad venezolana, representados en la cultura de las misses. Por ejemplo, en obras como Periódico de ayer (2016), en el que distorsiona los retratos de las siete venezolanas que se coronaron en el Miss Universo, superpuesta sobre piezas emblemáticas de artistas contemporáneos venezolanos.
En otras de sus obras, de la serie Failed System, habla sobre los modelos aspiracionales del país, de los retratos de los constructores de la modernidad confrontados con la realidad de la ciudad, mientras que en Sustracción formal crea una imagen “edulcorada” de la descomposición actual del país. En un esquina, una serie de collage intervenidos con tinta china revelan páginas de revistas antiguas en las que se habla de Venezuela como un paraíso tropical emergido sobre el poder de la renta petrolera, pero que ya evidenciaba signos de pobreza extrema y desigualdad social.
Realidades diversas

Finalmente, la tercera capa de la exposición la integra el segmento de Multiple Realities. Amundarain relató que en 2017 debió volver a Venezuela para renovar su pasaporte, y lo que pensaba sería una estadía de pocas semanas se alargó por varios meses, atrapado en el estallido social y las violentas protestas de ese año. Lejos de preocuparse, aprovechó la ocasión para reconectarse con sus raíces y visitar sus obras arquitectónicas favoritas.
Un día, mientras estaba en un café, la santamaría del local se cerró de pronto por una manifestación afuera. Contó que ese contraste entre el paisaje de lacrimógenas y desorden en el exterior, con la tranquilidad del interior, con clientes que ni se inmutaban con lo que pasaba, lo marcó y le llevó a entender que a veces pueden cohabitar diferentes realidades en un mismo espacio.
“Vivimos en un mundo donde estamos hoy viendo una exposición, pero en el mismo plano físico están pasando cosas en otro país, cosas maravillosas cosas o no tan maravillosas. Y por otro lado, vivimos en el mismo en un planeta que está orbitando el sol, contenido por millones de estrellas, millones de galaxias, que también nos sobrepasan, pero dentro de todo es nuestra propia realidad y no nos alcanza a la mente para entenderla”, dijo.

Por eso, las obras de esta serie poseen un carácter más abstracto, con figuras aleatorias sin una intencionalidad evidente. El artista señaló que buscó allí rescatar su herencia en el arte venezolano, caracterizado por la geometría y el color, con las corrientes de moda en Estados Unidos, resultando en la fusión de sus estilos. También en esculturas como Borders, Opposities y Eon, en los que juega con los espacios negativos y positivos.
La muestra cuenta con un espacio íntimo, cargado de libros y videos en los que Amundarain muestra parte de su proceso artístico. Cómo toma imágenes de revistas viejas, pero también de la infinidad de bibliotecas de Internet y crea con ellas collages, pero luego de esas piezas hace fotografías que luego amplifica e interviene para hacer otra obra completamente diferente. Afirmó que hace esto para despistar a los espectadores, y que no puedan descifrar fácilmente los códigos y procesos detrás de cada cuadro.
Política y ciudad

En la actualidad, en tiempos en los que las redes sociales y los discursos extremistas minan el espacio público de polarización y discordia, entra en debate el papel que debe ejercer el arte en lo social y lo político. Al respecto, Amundarain está de acuerdo en que el arte debe plasmar la realidad en la que se encuentra, con todas sus luces y sus sombras, tal como lo ha hecho él mismo en sus obras.
“Yo siento que el artista de alguna manera tiene que ser sensible a la realidad. Claro que en cierto momento puedes pintar, no sé, paisajes, pero un artista tiene que reflejar su contexto y siento que mi obra siempre ha estado enmarcada en la realidad, obviamente no puedo ser ajeno a ella. Creo que los artistas deben estar conscientes de eso. No es un deber, pero desde mi punto de vista es algo que debe estar allí”, opinó.
Precisamente Caracas ha sido una ciudad que a lo largo de su historia ha reflejado en sus fachadas la visión de lo que se quería ser en cada una de sus eras. Desde las Caracas de los techos rojos hasta la emulación de París; de la utopía de concreto armado al mar de ladrillos y zinc de los barrios. Para Amundarain, ese collage de estilos y de realidades, muchas opuestas entre sí, es lo que define el encanto de la ciudad.
“Caracas no deja de ser bella, pero tampoco deja de ser contrastante. Eso es interesante porque sigue siendo un motor de inspiración que va en muchos espectros. Espectros de la contradicción, de esa imagen urbana decadente, pero también bella, sigue siendo para mí muy especial”, apuntó.
La entrada Paul Amundarain recoge en Caracas la huella indeleble de su arte se publicó primero en El Diario.