Han bastado menos de dos años en una cárcel estadounidense para deshilachar la imagen del poderoso heredero del narco capaz de doblegar al Ejército mexicano. Ovidio Guzmán ya no es el joven que sale tranquilo con la gorra en la mano mientras le apuntan con armas largas. El Ratón luce ahora flaco, encorvado, con barba y gafas, con audífonos que le traducen que se enfrenta a cargos que lo pueden llevar toda la vida a la cárcel. Encadenado de pies y manos, con el traje naranja de presidiario, los que lo han visto declarar este viernes en una Corte de Chicago resaltan que “habla suavemente”, “con aire humilde”. La jueza Sharon Johnson Coleman le ha preguntado hasta cuatro veces si era consciente de lo que estaba a punto de admitir, que si la medicación que toma para la depresión le ha afectado en tomar esa decisión, le ha recomendado que lo consultara con su abogado. Aun con las advertencias de la jueza, Ovidio Guzmán López, de 35 años, se ha declarado culpable de narcotráfico y de organización criminal. El pequeño de los Guzmán se ha convertido en el primero de la familia en pactar con el Gobierno de Estados Unidos.
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