La poca base chavista que queda, ese pilar que alguna vez sostuvo con fervor la revolución bolivariana, se resquebraja.
La fecha del 27 de julio de 2025, marcada en el calendario como el día de una nueva farsa electoral convocada por el presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), Elvis Amoroso, no es más que el escenario de una nueva payasada que ha encendido la indignación incluso entre los muy reducidos leales al régimen de Nicolás Maduro.
La imposición de candidatos y la certeza de alcaldes designados a dedo han desatado una rebelión interna, otro grito de desilusión que amenaza con liquidar cualquier vestigio del chavismo.
La base chavista, esa que aún recuerda las promesas de empoderamiento y democracia participativa, se encuentra ahora frente a un régimen que no consulta, no escucha y no respeta.
La designación de candidatos, anunciada por el propio Maduro con un tono que destila control absoluto, ha sido la gota que colma el vaso.
“Ya tenemos a nuestros candidatos preparados”, afirmó el usurpador en un acto transmitido por el canal estatal, palabras que resonaron como otro decreto de su autoritarismo.
Para los chavistas de base, aquellos que han marchado bajo el sol, que han defendido la revolución en las calles por el proyecto bolivariano, esta imposición es un golpe mortal.
En los barrios de Caracas, en las comunidades de Barinas, en los llanos de Apure, se escucha el murmullo de la decepción.
“¿Dónde está la revolución del pueblo?”, se preguntan los que alguna vez creyeron en un proceso que hoy ven reducido a una maquinaria de poder que premia la lealtad ciega y castiga la disidencia.
La convocatoria a elecciones municipales para el 27 de julio, un día antes del primer aniversario del robo electoral del 28 de julio de 2024, no es vista como una oportunidad de participación, sino como una burla.
El cronograma apretado, con apenas unos pocos dias para inscribir candidaturas y 13 días de campaña, evidencia la falta de seriedad del proceso.
La ausencia de transparencia, la inhabilitación de opositores y la falta de publicación de actas electorales desglosadas, como ocurrió en las presidenciales de 2024, han sembrado una desconfianza que trasciende las filas de la oposición y alcanza a los propios chavistas.
En las comunidades, la percepción de que los candidatos son “elegidos a dedo” por la cúpula gobernante ha generado un sentimiento de exclusión.
Voces disidentes dentro de poco que le queda al chavismo, han denunciado un “plan deliberado” para instaurar un sistema electoral que garantice la continuidad de Maduro en el poder, sacrificando los principios que alguna vez fueron bandera de la revolución.
Para muchos, el CNE, bajo el control de Elvis Amoroso, no es más que una extensión del Palacio de Miraflores, un instrumento para perpetuar la dictadura incapaz y corrupta de Maduro y sus cómplices.
La rebelión no se manifiesta en marchas masivas ni en proclamas públicas, pues el miedo a la represión es un peso constante.
Desde las elecciones presidenciales de 2024, el régimen ha intensificado su maquinaria de control: detenciones arbitrarias, inhabilitaciones políticas y amenazas a cualquiera que ose cuestionar el statu quo.
Sin embargo, la resistencia se gesta en los corazones de quienes, desde las bases, sienten que su lucha ha sido traicionada.
En los consejos comunales, en las reuniones de las Unidades de Batalla Chávez (UBCH), en las conversaciones susurradas en los mercados, se percibe un hartazgo que no puede ser silenciado.
“Nosotros creímos en Chávez, no en Maduro”, confiesa una líder comunitaria de Petare, cuya voz tiembla de indignación.
“Éramos un movimiento del pueblo, pero ahora nos tratan como peones, como si nuestra voz no valiera. ¿Para qué votar si ya decidieron quiénes serán los ganadores.