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viernes 1 de agosto 2025
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Omar Estacio Z.: Chiflados o cuasichiflados en el PoderOpinión

Omar Estacio Z.: Chiflados o cuasichiflados en el Poder

Cesare Lombroso, no ha tenido lo que se llama, buena prensa. Aunque en sus trabajos analizó el clima, la orografía, la superpoblación, los entornos social y familiar, entre otros factores exógenos, fueron sus estudios sobre los supuestos atavismos humanos, en el delito, los que lo hicieron famoso.

La autopsia del cadáver de Giuseppe Villela, marcó tales signó sus investigaciones. Villela, incorregible, contumaz, muy violento había ganado el título de enemigo público número uno. Al diseccionarlo, el médico y criminólogo veronés, creyó descubrir cierto común denominador entre los criminales peligrosos: Depresión en el occipital medio, prognatismo, arcos superciliares salientes largos y desproporcionados brazos en relación con las demás partes del cuerpo. En fin, concluyó Lombroso, la clave de la criminalidad radica en ciertas fisonomías afines con las de los primates o simios.

Las equivocaciones de Lombroso, hicieron tambalear y con creces sus aciertos científicos. El hombre, el ser humano, debe ser el eje de cualquier análisis del crimen. He allí su gran acierto metodológico. Pero las antropometrías, no tienen ninguna incidencia en la conducta hamponil. Afirmarlo, conduce a senderos falsos y peligrosos, el racismo, el peor de todos. He allí su colosal disparate.

La criminología contemporánea, con el apoyo de las ciencias que la auxilian, ha detectado en ciertos sujetos predisposiciones que los conducen a las transgresiones graves. Algo muy distante del determinismo lombrosiano, pues este último no partía de premisas como el metabolismo de los neurotransmisores, de ciertas anomalías o lesiones cerebrales o nerviosas, sino de características externas.

Para el efecto que nos ocupa en el presente artículo, traigamos a colación, lo que en la taxonomía respectiva se conoce como sociópata o individuo con Trastorno de Personalidad Antisocial, TPA.

Un TPA carece de remordimientos lo mismo que de lazos afectivos. Con tal de lograr sus fines, el TPA es capaz de infringir preceptos legales, éticos, morales, de etiqueta, de urbanidad. Un TPA es un ególatra patológico y por lo mismo temeroso de su muerte. Además, embustero. Muy embustero. Los lectores se servirán, no confundir a estos últimos con los mitómanos. Un TPA ocasionalmente, irradia destellos de genialidad. “La fuerza del loco”, denomina la sabiduría popular tal paradoja. Todo genio es excéntrico, pero todo excéntrico no es un genio.

J. R. Davison, K. M. Connor y Michael Swart, de la Universidad de Duke, Carolina del Norte, Estados Unidos, publicaron un trabajo sobre los trastornos de conducta de los presidentes norteamericanos, desde 1776 hasta 1974. El 49% resultó con «desórdenes psiquiátricos», incluidos 24% depresivos, 8% con ansiedad, 8% bipolares y 8% alcohólicos, con el agravante que el ejercicio del Poder exacerba tales padecimientos.

A partir de la II Guerra Mundial, las cancillerías más o menos serias de la Tierra adoptaron la práctica de contratar criminólogos y psiquiatras para analizar jefes de Estado extranjeros. Un coletazo de las evidentes patologías psiquiátricas de individuos como Hitler, Mussolini, Stalin por no mencionar otros más.

En lo que se refiere a sus efectos sobre determinada colectividad, más peligrosa es la chifladura a medias que la chifladura completa

La verdad, la pura verdad es que si lo detallamos un poco, un TPA es lo más parecido a ciertos políticos. La diferencia, solo es cuestión de matices.

Y ustedes, señora electora, señor elector, de cualquier parte del Mundo, antes de volver a votar, favor asesorarse con su loquero de confianza de modo de no convertir su respectivo país, en un manicomio.

“Imbéciles o megaimbéciles en el Poder”, próxima entrega de la presente saga.

@omarestacio

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