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jueves 31 de julio 2025
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“Nunca imaginé migrar al revés”: los deportados de EEUU que retornan hacia el sur

Migrantes deportados desde Estados Unidos ingresan al Centro de Recepción de Retornados del Instituto Guatemalteco de Migración, ubicado en las instalaciones de la Fuerza Aérea Guatemalteca, detrás del aeropuerto civil La Aurora, en Ciudad de Guatemala, el 3 de julio de 2025.
Simona Carnino

 

Son las 10.30 de un jueves de julio en Ciudad de Guatemala. En la pista de la Fuerza Aérea Guatemalteca aterriza un vuelo chárter de la Eastern Air Express, la aerolínea que contrata desde febrero el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE), para operar los vuelos de deportación desde este país.

Por El País

En pocos minutos, las puertas se abren y una fila silenciosa de unas 50 personas, escoltadas por personal del Instituto Guatemalteco de Migración, pone pie en su tierra de origen. Algunos aún visten el mono gris y pantuflas azules, el uniforme de los centros de detención para personas indocumentadas.

Entre ellos camina Olinda, 31 años, originaria del norte del país. Con una mano se jala el cuello de la sudadera para cubrirse el rostro, en la otra lleva un pañuelo empapado de lágrimas. Cabeza baja, entra con los demás en el Centro de Recepción de Retornados, donde reciben una charla de bienvenida, alimentos y orientación legal. Aquí el personal del Instituto de Migración se encarga de la acogida, control migratorio y luego brinda orientación laboral en el nuevo Centro de Atención para migrantes retornados, inaugurado el 2 de junio en el centro histórico, al que la mayoría se traslada sucesivamente. Se intenta hacer del retorno forzado una experiencia menos traumática. Pero Olinda sigue llorando.

No puede olvidar los cuatro meses de detención en Pensilvania, ni las cadenas que le amarraban manos, pies y cintura hasta que el avión entró en el espacio aéreo guatemalteco. Mucho menos el momento en que fue arrancada de su vida mientras iba con su esposo a comprar material para la empresa de remodelación donde trabajaban en Maryland. Cuando la policía paró el carro para un control, empezó a temblar. Ni ella, ni su esposo tenían papeles. Era un día de marzo y mientras el carro se acercaba a la orilla de la carretera y bajaba la ventanilla, solo un pensamiento cruzó su cabeza: “¿Volveré a ver a mi hija?»

“Nunca más la vi”, cuenta. “Tiene 13 años y estaba en la escuela cuando me agarraron. Solamente le hablé por teléfono desde la detención. Al comienzo pedí que la deportaran conmigo, pero desistí cuando me di cuenta de que en la cárcel no hay doctores, ni una comida decente. No quería que mi niña pasara por esto”.

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