El ser humano vuelve a caminar sobre sus pasos y si no, basta echarle un vistazo al paisaje en Occidente donde, por cierto, acontece en todas partes un peligroso giro que nos regresa a tiempos que se quisieran superados; pero no es así.
La Primera Guerra Mundial se aprecia como de naturaleza nacionalista o al menos así ha sido visto por alguna doctrina muy reputada. El nacionalismo puede definirse como un sentimiento exaltado y pasional hacia la patria o lo que ella signifique. También puede percibirse como una política que adelanta una nación que se asume como única, distinta, destinada a reunirse y prevalecer. Finalmente, como una ideología que circunscribe la perspectiva de una sociedad a su unidad fundada en raza, historia, lengua, religión, principios.
Ordinariamente, es natural al gentilicio el arraigo y la invocación de los valores, ideas, creencias y expectativas que forman la identidad de las naciones. El Estado nación ha jugado un rol histórico trascendente y no por ello inocente de generar belicismos y antagonismos notables. Desde el siglo XVIII conoció y nutrió toda una dinámica esa orientación y en el siglo XX especialmente.
Es más fácil para algunos asumir material y espiritualmente a sus compatriotas, que a su no obstante compartida condición humana y, desde luego, su membresía de eso que denominamos la humanidad.
Johann Gottfried Herder, Giuseppe Mazzini, Charles Maurras, Johann Gottlieb Fichte, entre otros, representaron al pensamiento nacionalista de Alemania, Italia, Francia a lo largo de la historia. Actores dentro de esa tendencia abundan, pero pueden confundirse con movimientos imperialistas como pienso se puede mencionar a Adolfo Hitler y más recientemente a Vladimir Putin y Donald Trump.
Populismo es otra cosa. Antes de ensayar lo que es realmente un reto definir el populismo, la doctrina advierte el fenómeno como el enemigo de la democracia representativa y de la democracia misma. Cabe pensar que el populismo tendría, sin embargo, su origen en los griegos como la democracia también. Nótese que los griegos relacionaban democracia con demagogia y hacían del discurso el vector principal de la susodicha.
Platón advertía que de la democracia surgía la tiranía del pueblo o el desorden que convocaba al tirano. Menos prejuiciado con respecto a la democracia era Aristóteles, pero anotaba que donde no gobernaban las leyes, la tendencia era a la tiranía igualmente.
El populismo supone un pueblo puro, una élite corrompida y prevaleciente y una voluntad general a sintonizar. Otra descripción se funda en la observancia de formas distintas en la perspectiva de glosar la realidad con la demagogia como el canto seductor de la emoción y el bajo psiquismo popular que resulta del discurso como expresión de la comunicación política. Por eso puede haberlo de izquierda o de derecha e incluso, en las distintas clases sociales puede hallársele como habría dicho Ernesto Laclau.
Siendo así, es fácil hacer cualquier cosa que luzca complaciente al oído de la masa y en ese trance puede oponérsele al deber ser propio de la ley. Se trata de lucir legítimo y serlo incluso, retando o desconociendo la legalidad. Ese es el constructo populista.
El vocablo demagogia no siempre fue lo que hoy entendemos por él, pero de conductor y guía del pueblo pasó a tener ese significante peyorativo ya desde la antigüedad, por allá en el siglo V a.C. y enhebra en la anatomía del populismo perfectamente, contaminando la articulación democrática y aún más, en lo estratégico, amenazando hasta la estructura republicana.
Lo grave es que si el totalitarismo fue en el siglo XX la malignidad que derivó y se posesionó de países y períodos y hoy en día lo distinguimos en Corea del Norte y Cuba, en los países del mundo islámico entre otros, el populismo de su lado sea de izquierda o de derecha, de Chávez, de Putin, Orban, Le Pen, Donald Trump, es el demonio que hay que exorcizar en las entidades sociales, políticas, institucionales donde se han entronizado.
El otro rasgo que acompaña parte de la mutación de los regímenes actuales que se muestran como nacionalistas, populistas es el fascismo. Examinemos el gobierno y los modos, maneras, el discurso, las políticas de Trump para comenzar y llegaremos en el diagnóstico a advertir que al discurso nacionalista sigue una práctica populista hacia dentro de la sociedad y una conducta fascista, racista, xenófoba, militarista porque sus acciones así lo dejan ver. Podría decirse exactamente lo mismo, mutatis mutandis, de Putin en la Federación Rusa.
Fascismo es un sistema de gobierno cuyas características, en términos sencillos, son: autoritarismo, estatismo, nacionalismo, populismo y antagonismo frente al liberalismo y al constitucionalismo con sus derechos humanos, su debido proceso, su parlamentarismo, como expresión de un gobierno plural. El fascismo, que nace en Italia, se postula en su versión nacional socialista en Alemania, se torna imperialista y se disemina en España con Franco y en Portugal con Salazar y Caetano durante el siglo pasado.
En América Latina tuvimos y tenemos nuestra casuística, aunque las dictaduras, puras y simples, ocuparon más espacio que las iniciativas fascistoides que se advierten en varios de nuestros países, a lo largo de nuestro devenir.
Un ejercicio interesante sería de alguna forma hacer la taxonomía del régimen venezolano. Queda por hacerse, pero ya me la imagino y ustedes que me leen también.
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