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Freddy MarcanoOpinión

Nacionalismo democrático y geopolítica, por Freddy Marcano

En los momentos de mayor incertidumbre, cuando la democracia parece desdibujarse en medio de intereses cruzados y tensiones internas, es necesario llevar la mirada al pasado para comprender cómo los líderes de la Venezuela democrática enfrentaron retos similares. Rómulo Betancourt, el primer presidente electo tras la caída de la dictadura en 1958, comprendió que la política no se jugaba solo en Caracas, sino en un tablero mucho más amplio, el de la geopolítica. En una época marcada por la Guerra Fría, su doctrina se centró en un principio claro: defender la democracia en todo el territorio sin subordinar la soberanía.

La estrategia de Betancourt se convirtió en una herramienta geopolítica: Venezuela no reconocería gobiernos surgidos de golpes de Estado, y mucho menos se sometería a presiones que comprometieran su independencia. Este enfoque, aunque generó tensiones con dictaduras vecinas, fortaleció la legitimidad internacional del país y abrió espacios de cooperación con quienes compartían valores democráticos. No se trataba de alinearse ciegamente con una potencia, sino de usar la posición energética y geográfica de Venezuela para construir relaciones que sirvieran al interés nacional.

Los gobiernos de Acción Democrática que sucedieron a Betancourt, como el de Raúl Leoni (1964-1969), Carlos Andrés Pérez (1974-1979 y 1989-1993) y Jaime Lusinchi (1984-1989), heredaron y adaptaron esta visión. Leoni fortaleció la cooperación hemisférica y mantuvo la firmeza frente a las guerrillas apoyadas desde Cuba, mientras consolidaba las instituciones democráticas. Pérez, en su primer mandato, transformó la renta petrolera en una plataforma de influencia internacional a través de la política de nacionalización y la participación activa en la OPEP, convirtiendo a Venezuela en un actor energético clave. En su segundo mandato, en un contexto distinto, intentó reposicionar al país ante los cambios del orden económico mundial. Lusinchi, aunque con menos margen de maniobra por la crisis económica de ese momento, mantuvo la línea de respeto a la soberanía y las relaciones pragmáticas con las potencias, preservando la diplomacia venezolana como un activo estratégico.

La geopolítica, como la describen autores como Hans Morgenthau y Robert Gilpin citados en artículos anteriores, no es un campo de ideales, sino de intereses. Betancourt entendió esto antes de que la academia lo sistematizara: supo que la renta petrolera era su carta estratégica y la usó para consolidar alianzas, no para hipotecar el futuro. Sus sucesores, cada uno con sus aciertos y errores, siguieron utilizando el petróleo y la posición geográfica de Venezuela como herramientas para fortalecer la autonomía nacional. Desde esta óptica, esta visión puede leerse también a la luz de reflexiones contemporáneas como las de Pedro Baños, quien advierte que los países pequeños solo tienen dos caminos: convertirse en peones de las grandes potencias o diseñar su propio juego en el tablero mundial.

El nacionalismo que defendió Betancourt no fue excluyente ni retórico; fue un nacionalismo democrático, orientado a proteger la soberanía sin aislar a Venezuela. Impulsó relaciones con Estados Unidos y Europa Occidental, pero también abrió la puerta a debates sobre integración latinoamericana y reclamó, con firmeza, territorios que consideraba propios, como el Esequibo, sin llegar a la confrontación bélica. Sus herederos políticos, en mayor o menor medida, mantuvieron este principio: proyectar respeto hacia afuera mientras se construía la estabilidad interna.

Hoy, cuando la política exterior venezolana oscila entre la dependencia y la confrontación improductiva, estas lecciones están más vigentes que nunca. La geopolítica venezolana no puede basarse en expectativas mesiánicas, es decir, vivir a la espera de que otras naciones resolverán nuestras crisis, así como tampoco podemos cerrarnos al mundo. Requerimos una conciencia geopolítica nacional que forme cuadros capaces de leer los intereses globales y defender el nuestro sin caer en la sumisión ni en la retórica vacía.

Fortalecer la democracia pasa por rescatar esa visión: educar a nuestras élites en el tema de la geopolítica necesaria para recuperar la diplomacia como herramienta de defensa de la soberanía y articular una política petrolera que sea palanca de desarrollo y no de manipulación externa. La Venezuela de Betancourt y la de aquellos gobiernos que continuaron su línea no fue perfecta, pero ese país entendió algo que hoy hemos olvidado: la verdadera independencia se construye negociando desde la fortaleza institucional y no desde la debilidad.

@freddyamarcano

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