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viernes 1 de agosto 2025
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Miguel Méndez Fabbiani: ¿De cómo Hayek venció a Keynes?Opinión

Miguel Méndez Fabbiani: ¿De cómo Hayek venció a Keynes?

En la vasta sinfonía de la historia económica del siglo XX, pocos duelos intelectuales han sido tan decisivos como la dura y prolongada batalla económica silenciosa, casi filosófica, ética y existencial, entre Friedrich August von Hayek y John Maynard Keynes.

Está fue un cruento y extenso combate desigual de ecos clásicos, entre un David y un Goliat, donde el primero no blandía piedras sino principios lógicos, y el segundo armaba su artilugio con encantadores discursos, influencias académicas imperiales y la astucia de un exquisito cortesano de Cambridge.

Desde los salones del King’s College, donde Keynes desplegaba con elegante petulancia sus ideas de intervención estatal, gasto público y “animal spirits”, hasta las lúgubres y vacías oficinas de la London School of Economics donde Hayek, con la obstinación de los hombres destinados a no ser entendidos en su propio tiempo, continuaba Hayek defendiendo los principios del orden espontáneo, el Estado mínimo y la soberanía de los precios, el drama económico del siglo XX se escribió no con datos, sino con mucha sangre intelectual derramada inútilmente.

Hayek no solo perdió la primera batalla: sino que fue permanentemente exiliado al olvido. En la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial, el keynesianismo se volvió unánime dogma macroeconómico de reconstrucción.

Las burocracias estatales crecieron todas como hongos en otoño, las monedas flotaban sobre déficits sin remordimiento alguno, y los planificadores centrales se erigían en nuevos arquitectos del bienestar. Keynes, con su elitista ingenio británico y su elegante carisma indiscutible, se convirtió en el sumo sacerdote de una nueva ortodoxia económica moderna.

Hayek, en cambio, fue tratado como un advenedizo errático y un paria indeseable: sus libros dejaron de citarse, sus alumnos se dispersaron, sus conferencias quedaron vacías.

“Estás equivocado, Maynard”, le escribió Hayek en una carta nunca publicada. “El orden económico no se diseña. Se descubre”.

Esa frase sería rescatada décadas más tarde por Milton Friedman, su discípulo indirecto, por Margareth Thatcher y por Ronald Reagan, sus finales vengadores políticos.

Durante décadas, Hayek vagó extraviado entre universidades con poca audiencia, sepultado en el olvido mientras Keynes era entronizado en las aulas de Harvard.como la mayor autoridad económica mundial en el FMI y los mayores bancos centrales del mundo.

No hubo mayor herejía en los años 50 y 60 que citar «Camino de Servidumbre» , obra en la que Hayek advertía con precisión profética los peligros inminentes de permitir al Estado asumir el control absoluto de los precios, la producción industrial y, finalmente, la conciencia absoluta del ser humano.

Pero como suele ocurrir con los grandes disidentes históricos —Sócrates, Galileo, Solzhenitsyn— el tiempo, ese imparcial juez sin prisa pero sin error, empezó lentamente a rehabilitar al economista austriaco en vida, cuando las promesas del keynesianismo se tornaron en una inflación desbocada, una deuda indetenible, un estancamiento permanente y una crisis fiscal ingobernable.

Fue en la década de 1970, bajo el colapso del sistema de Bretton Woods y la «estanflación» que Keynes jamás alcanzó predecir, cuando el mundo volvió los ojos hacia aquel esmirriado y solitario hombre olvidado, que insistía con vehemencia indeclinable en que la única manera de crear prosperidad sostenible era proteger la libertad individual, dejar al mercado hablar a través de los precios, y permitir que el fracaso funcione como el más eficiente purgante del exceso.

Finalmente como todo tiene su hora, la caída de la Unión Soviética fue su momento glorioso de reivindicación moral. La elección de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, su esperada coronación política.

El Nobel de Economía que recibió en 1974 fue apenas un acto simbólico de justicia tardía. La verdadera victoria llegó cuando los antiguos keynesianos empezaron a hablar, con evidente incomodidad de la necesidad de disciplina fiscal, de competencia y desregulación: ideas que, en los 50, ellos mismos habrían llamado “reaccionarias”.

Si Friedrich von Hayek descendiera de un avión en el aeropuerto de Maiquetía hoy mismo y fuera nombrado ministro de economía de la República de Venezuela —hoy un espectro ruinoso del socialismo del siglo XXI— lo primero que harían no sería emitir bonos, controlar precios, expropiar industrias, ni convocar inútiles asambleas constituyentes.

Haría silencio. Escucharían a los precios. Y luego, cerraría con torniquete quirúrgico cada vena por donde el Leviatán estatal drena la sangre productiva del país.

A continuación imaginamos desde nuestro limitado conocimiento económico, algunas de las medidas urgentes que aplicaría Hayek sin titubeos, ni concesiones demagógicas para sanear la economía venezolana:

• Abolición inmediata del control de cambios y precios: porque toda planificación central es, “una arrogancia epistemológica”, una ilusión absolutista de conocimiento que ningún burócrata puede tener.

• Privatización total y transparente de todas las ineficientes empresas estatales: PDVSA, Corpoelec, Cantv y otras mastodontes deben regresar al control del mercado competitivo, no por ideología sino por imperiosa necesidad sistémica.

• Eliminación del Banco Central como herramienta política: erradicación el proceso inflacionario y restablecimiento de un régimen monetario basado en reglas firmes, posiblemente incluso el retorno a una moneda dura (dólar o patrón oro) para recuperar la confianza de los agentes económicos internacionales y disciplinar el gasto público.

• Reducción drástica del gasto público improductivo: bajo la premisa hayekiana de que “cuanto más recursos se destinan al aparato estatal, menos queda para la innovación tecnológica y la prosperidad familiar”.

• Crear un nuevo sistema legal estable que garantice pleno respeto al sagrado derecho humano a la propiedad privada, cumplimiento estricto de contratos y la libre competencia. Es decir, el marco constitucional e institucional mínimo para que florezca el orden privado económico espontáneo.

• Educación económica de base en las escuelas primarias, para erradicar generaciones futuras de planificadores fracasados, neo marxista erráticos, resentidos populistas y redentores ilusorios.

El drama venezolano, como el de tantos países atrasados que abrazaron el canto de sirena de la planificación central socialcomunista, no es únicamente económico.

Es principalmente moral y luego político. Esto es el resultado de décadas de desconfianza hacia el individuo, de idolatría deifica del Estado todo poderoso, de la creencia patológica en que el gobierno puede sustituir al mercado, la familia, la empresa y el precio.

Por eso Hayek —ese hombre imgrimo y solo que caminaba bajo la lluvia de Londres con un ejemplar subrayado de «La acción humana» de Mises bajo el brazo— no fue solamente un economista. Fue un ilustre defensor de la libertad en su forma más esencial: la capacidad de elegir, de errar, de construir prosperidad sin permiso.

Su victoria sobre Keynes no fue una victoria de una escuela económica sobre otra, sino una victoria definitiva de la realidad personal sobre la ilusión colectiva, de la humildad productiva sobre la soberbia tecnocrática, y de la libertad individual sobre la ingeniería social burocrática.

Venezuela hoy debe escucharlo. Los intelectuales, políticos y economistas deben estudiarlo. No como se escucha a un visionario demagógico gaseoso, sino como se oye atentamente a un médico especialista después de una difícil, larga y dolorosa enfermedad.

Porque el diagnóstico ha sido dado. Y el tratamiento, aunque doloroso, es indispensable y claro: menos poder económico en Miraflores, más libertad económica privada. Menos planificación central, más mercado libre. Menos promesas colectivas y más responsabilidad individual productiva.

Nuestras famélicas muchedumbres empobrecidas únicamente lograrán salir de la pobreza extrema impuesta por el chavismo para ejercer control social, sí la élite política que logre desplazar al chavismo asume plenamente las irrebatibles ideas de la libertad.

Y, sobre todo, requerimos los venezolanos mucho más Hayek. Nada de Keynes y más NUNCA Marx.

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