Toda tormenta pone a prueba la unidad, como realización y convicción. Constituye un valor que tiene como soporte la franqueza y la confianza en el seno familiar, su más viva escuela, capaz de proyectarse en cualesquiera ámbitos sociales.
Esa unidad no debemos forzarla, sino buscarla con sinceridad y lograrla basada en el sentido de la lealtad. La sola simulación provoca daños irreparables que, a la postre, hunden el barco al pesar más la gruesa pared de las diferencias.
Unidad es un fenómeno, propósito y logro radicalmente distinto al de la complicidad y, por supuesto, reivindicar con empeño a la una, implica rechazar a la otra. No hay recetarios para lograrlo, siendo importante la disposición, habilidad, logro y talento para sostener los éxitos alcanzados a pesar de todas las adversidades, añadidas las más peligrosas.
La ciudadanía de oposición clama y reclama por una vitalísima cohesión social que se haga políticamente eficaz y, por ello, la necesaria identificación y esfuerzo común de los partidos, y, no menos urgentemente, de la sociedad civil organizada. Una tarea que ha de implicar al vecino inmediato como a los grandes gremios de la más variada índole, en un arco nada fácil de tareas que marcan una genuina hazaña a través de los actos más limpios y modestos.
¿Nos resignamos a perder la unidad como valor?, ha de ser la pregunta estelar ante los desafíos pendientes. ¿Quién dijo que bastaba la retórica para decretar su existencia?, conformes con lo que hay.