
Cuando Alberto Salagán fue deportado de Estados Unidos en enero, era la primera vez que pisaba suelo mexicano desde que era un bebé.
Nacido en el balneario costero de Acapulco, sus padres lo llevaron a Estados Unidos cuando tenía apenas seis meses.
Creciendo en California, fue seducido por el falso glamur de la vida de las pandillas. Tras ser arrestado en San Diego por actividades relacionadas con una pandilla, Alberto fue enviado de regreso a México justo cuando Donald Trump asumía de nuevo la presidencia, y se encontró sin hogar y solo en el país donde había nacido.
“Fue un shock. Todavía lo es “, admite. “Cuando llegué a México, realmente me sentí perdido. Sin familia, sin comida, sin ropa, sin nada”.
Alberto cuenta que casi había olvidado cómo hablar y leer en español. “Menos mal no lo perdí por completo porque me ha ayudado (ser bilingüe)”, reflexiona.
De hecho, sus habilidades idiomáticas salvaron a este joven de 30 años de caer en la miseria. A través de una organización de apoyo a deportados, se enteró de que una empresa local –EZ Call Center– buscaba a personas que hablaran inglés.