
La voz de Pedro Lorenzo Concepción parece que se va hundiendo, naufragando entre los extensos humedales poblados de mosquitos, pitones o caimanes que habitan los Everglades. Sale al teléfono desde el mismísimo Alligator Alcatraz, el centro de detención para migrantes más temido que los republicanos construyeron en el patio trasero de Florida. A la pregunta de cómo está, responderá que obviamente no está bien, cumple hoy nueve días en huelga de hambre.
Por El País
“Me siento débil, con mucha acidez”, dice Pedro desde la cama baja de su litera, en la celda donde permanece junto a otros 31 reclusos, algunos de los cuales lo ayudan a levantarse, le acercan un pomo de agua y se lo abren, porque sus fuerzas se agotan, tanto o más que su paciencia.
Hace cuatro días lo llevaron al hospital. Su esposa, Daimarys Hernández, de 40 años, lo supo porque la pareja de otro migrante detenido la llamó para informarle. Daimarys enseguida telefoneó, asustada, a casi todos los hospitales de Miami, en los que repitió las mismas interrogantes: si sabían de él, un migrante cubano, de 44 años, detenido por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y trasladado a la prisión de Alligator Alcatraz, que se había negado a ingerir alimentos desde el 22 de julio pasado.
En todos los centros médicos le respondieron que no tenían noticias de un paciente con esas características. Incluso negaron su presencia en el Hospital de Kendall, donde luego supo que Pedro estuvo tres días, esposado, mientras los doctores trataban de convencerlo de que se llevara algo a la boca. Pedro se rehusó. Se ofendió cuando le propusieron tomar aunque sea un jugo, ahora que “nadie lo estaba viendo”. Se viró y les dijo: “¿Saben por qué yo no puedo hacer eso?”, cuenta ahora con una voz rasgada. “Porque tengo que respetarme a mí mismo y a todas las personas que están conmigo”.
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