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martes 17 de junio 2025
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León Sarcos: Issac Asimovliteratura científica de humana calidadOpinión

León Sarcos: Issac Asimov, literatura científica de humana calidad

  A Patricia Gabriela Sarcos Álvarez

Lo más triste de la vida actual es que la ciencia acumula conocimiento más rápidamente que la sociedad sabiduría…

Cuando la estupidez se considera patriotismo, no es seguro ser inteligente…

La vida es agradable. La muerte tranquila. Lo difícil es la transición. Issac Asimov. 

Él estaba en mi cerebro. Yo había estado leyendo Momentos estelares de la ciencia (1959). Dormía plácidamente. Me encontraba en una inconmensurable pradera donde germinaban computadoras y robots ubicados alternadamente. Caminaba, admirado con semejante escenario. Una figura humana iba delante de mí. Asaltado por la curiosidad y el temor, lo toqué: era Isaac Asimov. Se mostró sonriente al verme. Lucía muy contento. Le pregunté: maestro, ¿qué nos diferencia del robot? Insistió –sin quitarme la vista– en sonreír, para responderme, aventajado en confianza como siempre: Un robot no puede soñar.

Desde los 19 años, cultivó con deslumbrante prodigalidad la literatura y escribió una página única en el campo de la ciencia ficción como escritor de novelas, cuentos y relatos cortos. Junto a Robert A. Heinlein y Arthur C. Clarke, es considerado como uno de los tres grandes escritores en el género, por lo que recibirá el reconocimiento mundial de los mejores especialistas y críticos y los máximos honores en campo de la ciencia ficción.

Este prestigioso científico, graduado originalmente en química en la Universidad de Columbia en 1939, con maestría en 1941 y doctorado en 1948, dedico la mayor parte de su vida a mostrar y recrear ingeniosamente la ciencia como una actividad esencialmente humana, demasiado humana para convertirla en materia prima de fácil consumo, especialmente para el profano. Fue uno de los mayores divulgadores del clásico y alejado mundo de la ciencia, al igual que Sagan, haciéndolo accesible para el común de los seres humanos, no importando su formación y su edad:

Una de las razones de que la mayoría de nosotros desconozca más cosas de las que podía saber es que, sencillamente, no se ha molestado en pensar.  La mayoría de la gente ocupa su tiempo en las obligaciones inmediatas y cotidianas: qué voy hacer, qué debo pagar, a dónde vamos a llevar a los niños, cómo trabajar más para ganar más, qué voy a comprar, cómo me voy a divertir, y así, en un abrir y cerrar de ojos, ha transcurrido la existencia. 

Y cuando llegaron la radio y la televisión, la mayor parte del tiempo ocioso lo consumían esos artefactos tecnológicos en pequeña escala, hasta que aparecieron las nuevas tecnologías a finales del siglo XX y con ellas las redes, el mercadeo y explotación de la propia imagen, de tal manera que la auténtica capacidad de leer y relatar se fue convirtiendo en un arte arcano, y las sociedades lenta e inexorablemente se han ido hundiendo en la estupidez y la sinrazón.  

Issac Asimov no solo ayudó a popularizar de una manera simple e ingeniosa la ciencia con el libro de las Cien preguntas básicas sobre la ciencia, Breve historia de la química, Introducción a la ciencia, Vida y tiempo, entre muchos otros; también lo hizo con la historia cuando escribió sobre las culturas antiguas, Egipto, Grecia, el Imperio romano, la Edad Media, y las sociedades modernas, Inglaterra, Francia y Estados Unidos y la Guía de la Biblia, un trabajo meticuloso sobre el Antiguo Testamento (1967) y el Nuevo Testamento (1969), después compilado en un libro de 1.300 páginas aparecido en 1981.

Incursionaría también en el campo del cuento de misterio con Los viudos negros y en la biografía, donde escribiría It’s Been Good Life (2002), una recopilación de notas y correspondencia y su autobiografía, Yo, Asimov. Memorias (1994), en un estilo personalísimo. Yo diría que el panegírico más desmesurado a su ego que ha hecho una mente brillante, para estimular, sin pretenderlo, el desencanto por sus meritorios logros. Ello, sin embargo, no le quita brillo, al hecho de quienes no dudan en catalogar su obra de esplendorosa y monumental.

Se casó el 26 de julio de 1942 con Gertrude Blugerman –no muy enamorado, confiesa el escritor– con la que tuvo dos hijos: David, nacido en 1951 y Robyn en 1955. Se divorció en 1973 y esta vez se casó con Janet Opal Jeppson, nacida en 1926 y fallecida en 2019, quien lo acompañó hasta el final de sus días.

Nacido para saber y crear

Issac Asimov, nació el 2 de enero de 1920 en Petrovichi, Rusia. Sus padres, Judah Asimov (1891-1969) y Anna Rachel Berman (1896-1977), de origen judío ruso, emigraron a Estados Unidos en 1923, y en 1928, ya era ciudadano estadounidense. Su juventud transcurrió entre los estudios y el trabajo que desempeñaba en una tienda de golosinas que tenía su padre en el barrio de Brooklyn. 

Su afición y amor por la lectura nació y se fortaleció en la biblioteca pública, que llegó a ser su estancia predilecta –ni la primaria ni la secundaria me ayudaron mucho, confiesa– después del abasto, donde estaba obligado a cumplir una jornada desde muy joven y tuvo lecturas alternativas y su casa. De ahí nació su famosa convicción: Solo la autoeducación, creo firmemente, es el único tipo de educación que existe.

Sus primeras lecturas, La Ilíada, que de tanto leerla llegó a recitar de memoria y La Odisea que era menos sangrienta. Siguieron las obras completas de Shakespeare, de las cuales recuerda, emocionado, La tempestad, que era la primera del libro a pesar de ser la última que escribió el gran escritor inglés en solitario. Me gustó La comedia de las equivocaciones y Mucho ruido y pocas nueces. No me gustó Romeo y Julieta por sensiblera, afirma en sus Memorias. 

No recuerdo, dice Asimov, en qué momento leí a Hamlet y al El Rey Lear, pero estoy seguro de que me resultó su lectura tan agradable que, siendo un infante, sentí que los había leído mucho tiempo atrás. Un día no pudo ir a la biblioteca; enfermo en cama, pidió a su padre que le sacara un libro de su gusto y escogió la biografía de Thomas Edison, lo que representó, según él, su entrada al mundo de la ciencia y la tecnología. 

Después leería Los Tres Mosqueteros y con ellos la historia de Francia, la de Grecia, la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides y la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Gibbon, entre muchas otras obras selectas. La valoración de la biblioteca pública, como un gran tesoro, tendría un peso fundamental en el proceso de formación autodidacta de Asimov. Y él se encargará de recordarlo con agradecimiento.

De los clásicos a la literatura de folletín

Durante los años 20 y 30 del siglo pasado no había llegado aún la televisión; sin embargo, los apasionados por la comida basura para la mente, como la denomina el mismo Asimov, lectura fácil y de poca calidad literaria para entretener a gente sin propósitos, se alimentaba de los llamados folletines.

Fue cuando comencé –dice– a ir a la tienda de golosinas a ayudar a mis padres en la atención a los clientes que, entonces, comprendí el verdadero interés de mi padre en conseguirme tan temprano un carnet para el ingreso a la biblioteca pública. El lector de aquellos tiempos quería historias de detectives, de amor, del oeste, de guerra, de aventuras, de la selva, o de cualquier otro tipo que a menudo excluía a todos los demás. Por lo tanto, la gente compraba revistas dedicadas al género de su preferencia.

Los que tenían más éxito fueron los folletines de los superhéroes. Estaba, por supuesto, el héroe más grande de todos, la Sombra, que dos veces al mes frustraba a los malvados con su risa extraña y su habilidad para moverse como un fantasma. Estaba Doc Savage, el hombre de bronce y sus cinco ayudantes, a veces graciosos; también el Hombre Araña y el Agente secreto X-9, entre otros.

De esos materiales era de los que intentaba salvarlo su padre –confiesa– cuando le sacó el carnet de la biblioteca, y en principio tenía razón, porque no podía imaginarse el uso que Issac daría a esta mala literatura, hecha para entretener más a presidiarios, soldados y sacerdotes que para formar prominentes ciudadanos.

Pero en cuanto comenzó a trabajar en la tienda, a su padre le resultó imposible mantenerlo alejado del pecado y en cada ocasión que pedía permiso para acceder a él, con más insistencia Judah se negaba, porque su hijo podía hacer cosas mejores. Solo cuando se percató de que uno de los favoritos de su padre era la Sombra, que simulaba leer con el pretexto de que aprendía inglés, las cosas empezarían a cambiar. Su padre tenía razón, pero Issac persistió hasta que aquel terminó por ceder a sus peticiones.

Las huellas de una lectura

Para Asimov, estos folletines eran altamente apreciados, mucho más que cualquier otra cosa. Fue en sus palabras, lo que lo reconcilio con el trabajo, con las horas perdidas, y con todo lo que pudiera ser pasado; lo que lo identifico con un modo de vida, incluso después de que el abasto había desaparecido. De hecho, la tienda le permitió leerlas todas, enforzándose en hacerlo con sumo cuidado, tratando de devolverlas intactas a la estantería para que pudieran venderse como nuevas.

A los 16 años ya estaba listo para emprender la carrera de escritor. Había leído con la misma voracidad los ‘‘libros buenos’’ de la biblioteca y el material de muy ‘‘baja calidad’’ de los folletines, y él mismo se pregunta sin pudor alguno ¿qué fue lo que más influyó en mi profesión de escritor? Y se responde: Sin duda alguna, lamento decirlo, los folletines.

Asimov asume con valentía su pobre estilo literario de los comienzos, atribuidos a la copia del estilo folletinesco que le sirvió de instrumento para su arrancada, aún adolescente: Mis primeras obras fueron folletinescas. Estaban llenas de adverbios y de adjetivos. Los personajes ‘‘gruñían’’ en vez de hablar. Había mucha acción, los diálogos eran afectados para ese entonces y carecían de caracterización. –No creo saber lo que significaba esa exótica palabra–. 

Pero estuve en un momento de auge de las primeras revistas y todo el material que llegaba a las revistas en mi género, que era el menos solicitado en un comienzo, era publicado. Es decir, estuve en el lugar apropiado en el momento oportuno. Hoy, los niveles de calidad literaria, en mi medio concreto, han mejorado sustancialmente y estoy consciente –dice– que si empezara ahora siendo un adolescente dotado con el talento que tenía en esa época, probablemente no podía introducirme en el género.

Una introducción oportuna a la ciencia ficción

La ciencia ficción es aún un género relativamente poco estudiado por la crítica, si se compara con la literatura tradicional de ficción como la Ilíada y la Odisea y otras muchas variantes de la ficción como los cuentos del maestro Borges, Ficciones, inspirados en la filosofía o las novelas de nuestro nobel García Márquez, de escenarios terrestres con seres humanos como protagonistas y contenido que describe el insólito realismo mágico de la tan celebrada Cien años de soledad.

Pero la ciencia ficción tampoco ha sido un género popular en América Latina y el mundo de habla hispana, donde la tradición literaria ha privilegiado la temática histórica, política y social y la ciencia no ha sido una prioridad en su desarrollo, indistintamente de la naturaleza ideológica de los gobernantes de turno. 

El término Science fiction fue acuñado por Hugo Gernsback (1884-1967), pionero del género, nacido en Luxemburgo, quien pasó los primeros 20 años de su vida en Europa. El término citado por primera vez en 1926, describía relatos que inspiraban avances y teorías científicas.  En honor a su creador, se creó el premio Hugo a partir de 1953; el galardón más prestigioso entregado anualmente a las mejores obras de ciencia ficción y fantasía. Es un género especulativo que describe acontecimientos posibles desarrollados en un marco imaginario, cuya verosimilitud se fundamenta narrativamente en los campos de las ciencias físicas, naturales y sociales.

Ambos, Gernsback y Asimov, aceptan a Julio Verne como el gran maestro de la ciencia ficción; el primero era uno de sus fieles admiradores y Asimov en sus memorias considera que, en términos modernos, este género comienza con las novelas de este célebre escritor francés. Asunto del que difiero –aunque este es un debate que en algún momento debe darse entre los especialistas–; sigo pensando que Verne fue un escritor de aventuras y de anticipación, autor de presciencia y, por lo tanto, uno de los precursores del género más que su fundador. 

El escenario natural de auge y desarrollo del género será los Estados Unidos, donde Isaac Asimov, y Robert Heinlein, harán importantes aportes, distinguiéndose Asimov por su capacidad para explorar la interacción entre la ciencia, la tecnología y la sociedad humana. La ciencia ficción, antes de entrar a los años treinta, era el género menor y menos considerado, pero fue el que introdujo al autor de La Fundación en el conocimiento del universo, en particular del sistema solar y los planetas. 

Un avance vertiginoso y brillante en un género competitivo

El mismo Asimov comentaba que aún quedan huellas en su escritura de los primeros años de su formación literaria, pero siente que sin duda ha ido mejorando paulatina y sustancialmente su estilo, particularmente en sus libros de divulgación científica e histórica y en su última fase como escritor especializado en ciencia ficción. Aunque es un género que nunca he cultivado con la pasión intensiva y extensiva de la novela y la biografía –los de mi preferencia–, siento que es un estilo que, como lector, se cultiva desde niño al igual que los comics y los libros de aventura, o no se cultiva.

La otra razón es que sientas inclinación vocacional por las ciencias y de manera natural desemboques en su mundo y tengas condiciones de escritor, además de un alma grande y noble, que siento es el caso de nuestro protagonista. En su específica obra, resulta admirable su imaginación inagotable para crear universos, personajes y relaciones coherentes entre sus mundos. 

Si Jorge Luis Borges sorprendía por el conocimiento y la erudición deducida de sus cuentos, en el caso de Asimov su memoria, su nivel de abstracción, sus precisiones matemáticas de sucesos, etimologías y exactitud de hechos históricos resulta simplemente asombroso. De todos los escritores que he conocido, ninguno tan vasto y diversificado en su obra, ninguno tan sabio, capaz de mezclar de manera simultánea un bello humanismo racionalista y una liberal sensibilidad científica.

Sus mejores series de ciencia ficción

A lo largo de más de 50 años, Isaac Asimov escribió una prolífica obra, donde se cuentan más de 500 libros, entre ensayos, cuentos y novelas, en los que destaca en primer lugar la ciencia ficción, pero también la divulgación científica e histórica y novelas de misterio, además de ensayos de distinta naturaleza. 

Entre su repertorio más destacado en el campo de la ciencia ficción figura la Serie del Imperio Galáctico, compuesta por su primera novela: Un guijarro en el cielo (1950), En la arena estelar (1951) y Las corrientes del espacio (1952). Estas tres novelas complementan el universo del paisaje asimoviano, que explora las fases iniciales y expansión del Imperio Galáctico y crea un puente que luego se afianzará en la trama de la Fundación, la serie más reconocida y premiada de este eminente escritor. 

La serie de la Fundación: Esta es sin duda, la saga más emblemática de Asimov. Inicialmente compuesta por la Trilogía de Trantor –que es la capital del Imperio Galáctico–, compuesta por: Fundación (1951), Fundación e Imperio (1952) y Segunda Fundación (1953), posteriormente la serie se ampliará con títulos como Los límites de la Fundación (1982), Fundación y Tierra (1986), y la precuela Preludio a la Fundación (1988), y Hacia la Fundación (1993), póstuma.

Asimov recibirá el premio Hugo en reconocimiento a la mejor serie de ciencia ficción, con su obra la Trilogía de Trantor, en 1966. De nuevo en 1983 por la novela Los límites de la Fundación. Ganará igualmente el premio Hugo a la mejor novela corta, por El hombre bicentenario en 1977 y a la obra de no ficción Yo, Asimov, Memorias en 1995

A Isaac Asimov se le reconoce como el ‘‘padre de la robótica’’, no solo por haber popularizado el término, sino por haber establecido en Yo, robot, una colección de 1950, las famosas tres leyes de la robótica: 1) Ningún robot puede lesionar a un ser humano o, a través de su inactividad permitir que un ser humano sufra daños. 2) Todo robot debe acatar las órdenes de los seres humanos, salvo que estas entren en conflicto con la primera ley. 3) Todo robot debe proteger su existencia siempre y cuando dicha protección no entre en conflicto con la primera y la segunda ley.

Aunque el termino robot tiene su origen en el idioma checo y la acuño el escritor Karel Capek en 1920, en su obra de teatro, Robot Universales Rosssum, donde aparece la palabra robota. Su hermano Josef Capek la popularizo posteriormente y en su idioma traduce ‘‘trabajo forzado’’ o servidumbre.

La serie de los robots. En este conjunto de novelas, Asimov trata la relación entre los humanos y las máquinas a través de relatos que incorporan dilemas éticos y científicos, e incluye las siguientes obras: La bóveda de acero (1954), El sol desnudo (1956), Los robots del amanecer (1983). Aquí las tres leyes de la robótica juegan un papel fundamental en la definición de un marco teórico y narrativo que ha influido en cómo entender la interacción y la integración de la inteligencia artificial en la sociedad.

Excelente divulgador de buena ciencia

William Butcher, uno de los biógrafos de Julio Verne, ha dicho que la ciencia ficción solo tiene por función entretener. Yo creo que esa es una verdad relativa, pues toda literatura está llamada a ejercer un papel fundamental en la educación de la ciudadanía. Siempre he afirmado que el primer propósito de la lectura es ayudar a educar y, en el caso de la ciencia ficción, con más razón, no debe soslayar el ineludible papel de enseñar.

En tal sentido, Isaac Asimov ha resultado no solo un excelente maestro en el arte de enlazar y matrimoniar la ciencia ficción y la divulgación científica con el humanismo, sino que en la redacción de sus textos ha logrado un estilo singular, estético, didáctico, entretenido y accesible a todo público, olvidando la inicial expresión folletinesca de sus primeros escritos.

 

Para ello, logro desarrollar un estilo muy personal que acerca, que enamora, que arrima, como en la vida, la química simultánea del macho y la hembra, la cercanía de las bolas y la multiplicación de las carambolas en el billar, y el amor desintoxicado de prejuicios, limpio, puro y espontáneo de dos grupos, bien alejados por culpa de los prejuicios y la arrogancia de ambos: los científicos y los humanistas. Una muestra de ello es un pasaje en Introducción a la ciencia, que me resulta motivador:

Las investigaciones de los científicos referentes a su trabajo individual nunca han sido tan copiosas e incomprensibles para los profanos. Se ha establecido un léxico solo válido para los especialistas. Esto ha supuesto un grave obstáculo para la propia ciencia; para los adelantos básicos en el conocimiento científico, que, a menudo, son el resultado de la fertilización de las distintas especialidades.

Y, lo que es más lamentable aún, la ciencia ha perdido contacto con lo profano. Los científicos han llegado a ser contemplados como magos y temidos en lugar de admirados. La impresión de que la ciencia es algo mágico e incomprensible, alcanzable solo para unos cuantos, elegidos, sospechosamente distintos de la especie humana corriente, ha llevado a muchos jóvenes a apartarse del camino de la ciencia.

Una sinergia imprescindible entre lo científico y lo humano

El hecho de que las ciencias exactas avancen a pasos agigantados en relación con las ciencias humanas, porque las ciencias médicas son cada vez más perfectas y ayudan a prolongar la vida y a incrementar la población; que las industrias químicas y los motores de combustible y energía estén envenenando la atmósfera y el agua; y que la creciente demanda de materias primas y energía empobrezca y destruya la corteza terrestre, no significa que podamos responsabilizar a la ciencia de esos males. Las consecuencias de estos avances del conocimiento no podemos resolverlos mediante la ignorancia, lo cual no terminan de comprender quienes eligen a la ciencia y la tecnología para achacarles toda la carga de los agravios al planeta. 

Asimov cree que la ciencia moderna no puede ser un misterio tan cerrado para los no científicos. Insiste en que los científicos deben hacer un gran esfuerzo para comunicar en términos simples y comprensibles las complejidades y los efectos de sus investigaciones, y que los otros deben tener la buena disposición a oír y a reflexionar y refutar o aprobar aportes que nunca se conciben como proyectos contra la calidad de vida.

El escritor estrella de ciencia ficción de calidad, está convencido –asunto que comparto plenamente– de que para valorar los logros de un determinado campo de la ciencia, no es necesario tener un conocimiento total del mismo. No es necesario escribir una gran obra literaria para apreciar la estética del alma de Shakespeare; ni tampoco tener el oído de Dudamel para escuchar placenteramente una de las sinfonías de Mozart. Similar placer podemos lograr los iniciados con los primeros hallazgos de la ciencia, aunque nunca se haya tenido la inclinación a sumergirse en el trabajo científico creador. 

Asimov se pregunta qué contribución podíamos hacer en este sentido para sentirnos un poco más a gusto en el mundo moderno, teniendo nociones inteligentes de lo que las distintas disciplinas de la ciencia realizan, y él se lo propone con inusitado esmero y lo logra de una manera magistral y muy didáctica con Introducción a la ciencia I y II.

Momentos estelares de la ciencia

Isaac Asimov es, sin duda, uno de los escritores que se ha empecinado más en la integración plena y feliz de las letras y la ciencia y en ese camino ha persistido para ofrecer varias obras dedicadas a romper esta falsa dicotomía entre las ciencias y las humanidades. Si bien es cierto que el siglo XIX habló y se reconoció en el discurso de la novela, el mundo actual resulta incomprensible al margen de los acontecimientos ocurridos en el campo de la física, la cosmología, la matemática, la genética, la biología, la química, la cibernética y la neurofisiología.

En momentos estelares de la ciencia, Asimov refiere que esos momentos lo son también de la cultura humanística, y Arquímedes, Copérnico, Galileo, Newton, Lavoisier, Faraday, Edison, Mendel, Darwin, Pasteur, Curie e Einstein, su vida y su obra, fueron una muestra de hasta qué punto la relación entre el científico y el artista ha sido una constante  a través de la historia de la civilización occidental, quizás sea Leonardo Da Vinci, durante el Renacimiento, el caso más icónico que consagró esa juntura divina.

Lo más importante de esta fusión que intenta Asimov es que lo logra de muy buen talante, con la autonomía racional y humanista suficiente que aparta la sensiblería y la lloradera del clásico resentimiento latinoamericano y el mundo de habla hispana, que tiene muy poco que mostrar en reflexiones al respecto, porque los avances en literatura, que son innegables en algunas áreas como la poesía y la novela, son insignificantes en cuanto a ciencia y tecnología.

Conclusiones

Toda la obra de Asimov sin duda parece muy bien lograda en todos los géneros que trabaja, con los altibajos de todo buen escritor, hasta que llega a la biografía, donde no tiene ningún recato en manifestar las dimensiones de su ego, tan ciclópeo como reconocida y grande puede ser su obra. No hay un mínimo de recato, de respeto por el lector y en un estilo llano va enumerando, desde que empieza hasta que termina, cada una de sus virtudes, desde que supo que era un prodigio a los tres años hasta acumular toda clase de exaltaciones a su excelsa condición de hombre de saberes que no pierde ninguna confrontación ni con las autoridades ni con sus amigos ni con sus mujeres ni con sus hijos.  

Aparte de esa debilidad demasiado humana, no encuentro crítica que realizar a un hombre de genio que escribió desde que tomó conciencia de que lo podía hacer bien y continuado, sin más limitaciones que el tiempo y las vicisitudes a las que nos someten los dioses a todos los mortales. Realmente, un ser humano admirable que merece ser recordado con amor, respeto y devoción por una obra que se pierde de vista en el universo de la creación y la luz.

En Cien preguntas básicas sobre la ciencia, hay una que pone nerviosos y angustiados a sus admiradores, cuando le inquieren quién es el científico más importante para él de toda la historia.  A lo que respondió, para traer más inquietud a sus seguidores:

Si la pregunta fuese ¿quién fue el segundo más grande? Hay por lo menos una docena de hombres que, en mi opinión, podrían aspirar a esa segunda plaza. Entre ellos, Albert Einstein, Ernest Rutherford, Niels Bohr, Louis Pasteur, Charles Darwin, Galileo Galilei, Clerk Maxwell, Arquímedes y otros. Incluso es posible que ni siquiera exista eso que llaman el científico más grande. Las credenciales de tantos y tantos son tan buenas …

Pero, sin duda y con mucha inteligencia, sabiendo lo que tiene entre manos, baja la presión: Pero como la pregunta es ¿quién es el más grande?, no hay problema alguno. La mayoría de los historiadores de la ciencia no duda en afirmar que es Issac Newton el talento más grande que jamás haya conocido el mundo. Tenía sus fallas, era un mal conferenciante, tenía algo de cobarde moral, de llorón y autocompasivo y era víctima de la depresión. Pero como científico no tuvo igual.

Argumentando razones, Asimov se lanza a justificarlo: Fundó las matemáticas superiores después de elaborar el cálculo. Fundó la óptica moderna mediante sus experimentos de descomponer la luz blanca de los colores del espectro. Fundó la física moderna al establecer las leyes del movimiento y deducir sus consecuencias. Fundó la astronomía moderna estableciendo la ley de gravitación universal.

Tras la muerte de Newton, Alexander Pope, uno de los poetas y críticos más reconocido del siglo XVIII, en dos líneas sintetizó su genio: La naturaleza y sus leyes permanecían ocultas en la noche. Dijo Dios: ¡Sea Newton! y todo se hizo luz.

Al final, Asimov, seguro estaría pensando, cuando rendia honores a Newton en un gesto de humildad: Esas personas que creen saberlo todo son una gran molestia para quienes lo intentamos…

León Sarcos, junio 2025

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