A lo largo de la vasta frontera sur, por los desiertos y en las orillas del río serpenteante, es bien sabido que hay hombres armados que parecen soldados o miembros de la Patrulla Fronteriza, pero no lo son. Son milicianos. Organizados en numerosos grupos con ligeramente diferentes características, desde veteranos de las fuerzas armadas a simpatizantes de las teorías conspirativas de QAnon, los une una ideología de extrema derecha y la convicción de supuestamente proteger la integridad del país frente a una “invasión” de migrantes. Las milicias están en el centro del mito fundacional de la nación, y las versiones modernas han existido desde hace más de cuatro décadas, pero en los últimos años y al calor del trumpismo han aumentado su actividad notablemente; aunque no hay una cifra clara de cuántas hay, se estima que cerca de 200 por lo menos. Y ahora, ante la inminencia de la segunda presidencia de Donald Trump y la puesta en marcha de su plan de deportación masiva, en el que asegura que expulsará a todos los inmigrantes ilegales que hay en el país —la cifra oficial es de 11 millones, pero el presidente electo ha dicho, sin pruebas, que pueden ser hasta 25 millones— los milicianos se han ofrecido para cooperar en la operación como haga falta.
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