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lunes 16 de junio 2025
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La venezolana Katiuska Rivera y su camino en la medicina para la longevidad

Una hilera de diplomas enmarcados cuelgan sobre las paredes blancas. Detrás del escritorio hay una amplia ventana y, a través de ella, se aprecia el valle de Cumbayá del Distrito Metropolitano de Quito, Ecuador. Es un viernes feriado, pero en el pasillo se escucha el ir y venir de algunos pasos. Katiuska Rivera entra a su consultorio y se retira su bata médica después de atender a un paciente. 

Nació en la ciudad de Maracay (Aragua), también conocida como la Ciudad Jardín de Venezuela y, aunque han pasado casi nueve años desde que Ecuador se convirtió en su nuevo domicilio, Rivera mantiene en su hablar un acento intacto. Su tono de voz es pausado, pero sus palabras no pierden firmeza.  

Desde pequeña, supo que se dedicaría a la medicina. Aquello no resultó una sorpresa, pues creció viendo a sus padres comprometidos con esta profesión. Recuerda, especialmente, el ímpetu de su madre por hacer cosas diferentes y por evolucionar en el área de la longevidad y el bienestar. 

“Por supuesto que eso tuvo un impacto muy importante en mis decisiones”, comenta Rivera en entrevista para El Diario.

Su formación médica la inició en la Universidad de Carabobo y, posteriormente, viajó a España para profundizar en temas de longevidad en Sevilla y medicina láser en Barcelona. Más adelante, en Argentina se desempeñó en el área de dermoestética. Gracias a esas experiencias, Rivera combinó distintas aristas de la salud que se integran a lo que actualmente promueve: la longevidad que va más allá del estado físico y que se centra en un estilo de vida saludable y equilibrado. 

“No he parado de estudiar. Todos los años estoy haciendo un máster o un diplomado distinto, porque este es un mundo que necesita profesionales con una visión muy completa”, agrega.

La construcción de nuevos cimientos 

La idea de emigrar de Venezuela estaba ausente de los proyectos de Rivera y de su esposo, quien también es médico. Ambos estaban recorriendo un camino estable en el área laboral, basado en el trabajo que venían realizando durante varios años.  

Sin embargo, Rivera explica que la inseguridad y el contexto nacional los condujo a tomar aquella decisión. 

“Fue una migración muy abrupta, muy rápida, poco pensada y poco planificada, realmente”, añade.  

En ese sentido y, de acuerdo con cifras de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (Plataforma R4V), hasta diciembre de 2024 se registraban aproximadamente 7.891.241 venezolanos migrantes y refugiados en el mundo

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Foto: Aeropuerto Internacional de Maiquetía.

La ciudad de Quito se convirtió en el nuevo punto de partida de Rivera. Al evocar los desafíos que conlleva una migración, toma una pausa. Explica que la Katiuska de aquel momento pensaba en el arraigo familiar y profesional, aunque el resto de sus familiares también emigraron paulatinamente.  

Aquel salto hacia lo desconocido la llevaría, con su esposo e hijo, a asentar nuevas bases, lo cual implicaría establecer otros lazos y familiarizarse con distintas cotidianidades, sin dejar a un lado su identidad. No obstante, con los años ha sido precisamente ese proceso el que le ha permitido desarrollar una mirada distinta frente a los cambios. 

“Yo ahorita soy una persona que si tú me dices: ‘Te tengo que llevar a China’, pues vámonos a China. Ya le tengo menos recelo al hecho de empezar de nuevo porque entiendo que esto depende mucho de uno. Las oportunidades están ahí. Evidentemente,existen cosas que te pueden facilitar o enlentecer el proceso, pero yo creo que uno se labra el camino”, relata.

Es en ese camino donde Rivera afirma que además existe un compromiso de demostrar de dónde vienes y quién eres. 

“Yo creo que aquí lo importante es que uno mantenga su honestidad, su integridad, su ética, que vayas con ganas de trabajar y hacer las cosas bien y te vas a conseguir detractores, así como te vas a conseguir a personas que te ayuden en el camino”, explica. 

Después de tocar algunas puertas, Rivera comenzó a ejercer en el consultorio de otro especialista. En ese sentido, menciona que también vio como una oportunidad el hecho de que su área no tenía el auge que tiene actualmente en Ecuador. 

Posteriormente, empezó a trabajar en un espacio pequeño de forma independiente y, aunque había días en los que tenía consultas y otros en los que no, gracias a las recomendaciones de sus pacientes, uno fue trayendo a otro, el escenario cambió. 

Fue así como hace aproximadamente cuatro años logró fundar ProAge, un centro especializado en la estética y el bienestar en la ciudad de Quito. Este proyecto se suma al que Rivera ya tenía en Venezuela, pues durante estos años en Ecuador ha seguido yendo a Caracas manteniendo sus consultas en ambos países. 

“Ha sido también una oportunidad muy bonita de construir porque me he permitido integrar a otros médicos acá. Doctores de distintas nacionalidades, incluido en su gran porcentaje venezolanos. Entonces, aquí hay otros especialistas trabajando conmigo, hay médicos de Ecuador, de México, porque tenemos fuentes de trabajo para todas las nacionalidades”, expresa.

En este contexto, la integración en los países de acogida es un factor clave para el bienestar y el desarrollo de las comunidades migrantes, porque dicha integración fortalece no solo el tejido social, sino que además contribuye con el crecimiento económico.

De acuerdo con un estudio realizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), se estima que, con el apoyo y las políticas de integración adecuadas, la migración venezolana podría incrementar el PIB real de países de la región como Perú, Colombia, Ecuador y Chile entre 2,6 y 4,4 puntos porcentuales para el 2030, frente a un escenario sin migración.  

Vivir más, vivir mejor 

Desde que Rivera comenzó a estudiar y especializarse en el área de la longevidad, notó que existía un concepto generalizado, pero equivocado sobre el significado de cuidarse, porque comúnmente suele estar relacionado con el aspecto físico. 

“Si yo me quedo únicamente viendo la parte estética, yo desasisto a las personas de poder darles estrategias terapéuticas que realmente tengan un impacto más profundo y más duradero”, menciona.

De ese modo, reitera la importancia que para ella tiene brindarles a los pacientes herramientas que les permitan cuidar su salud de forma preventiva, más allá de las señales visibles que dejan los años.  

“Somos individuos 360 y muchas veces las ojeras que yo puedo ver en una persona vienen por un mal dormir y en otra persona las arrugas pueden venir detrás de tanta tristeza que ha vivido. Entonces, cuando empiezas a profundizar un poco en estas cosas, te das cuenta de que nosotros somos personas que necesitamos tener una visual más completa acerca de nosotros mismos”, describe.

Ese interés por el bienestar integral, también ha llevado a Rivera a explorar el biohacking. Se trata de una práctica que integra ciencia, tecnología y biología con el fin de optimizar el rendimiento físico y mental de las personas.

“¿Cómo podemos hacer que nuestro cuerpo, células, cerebro, órganos y tejidos funcionen al nivel óptimo? Yo digo que primero seas un máster en estilo de vida y, una vez que lo seas, vamos incorporando otras estrategias para lograr que te vayas optimizando y aquí es donde entran las tecnologías”, añade.

Rivera también ofrece estas innovaciones en un nuevo proyecto que creó con su esposo y que lleva el nombre de BluHub, el cual ella describe como una extensión de ProAge. Este lugar está conformado por distintas salas con tecnologías y servicios especializados como sauna híbrido infrarrojo, cámara hiperbárica y biosincronización celular. En cada espacio, el silencio se mantiene como parte fundamental para no interrumpir la experiencia de los pacientes.  

“Si no nos preparamos para vivir mejor, vamos a hacer parte de una sociedad enferma que va a ser una carga y que en estos países en donde no hay dinero para una seguridad social, se va a convertir en un problema de salud a largo plazo”, explica.

Asimismo, Rivera ha manifestado su preocupación por la moda que rodea, no solo al biohacking, sino también a los tratamientos estéticos.  

“Yo cada vez recibo a más jóvenes que llegan a hacerse cantidades de tratamientos que no necesitan. Entonces, lo peor es que yo les digo ‘no te lo hagas’ y posiblemente van con el de la esquina y se lo hacen (…) Si nosotros no empezamos a construir una medicina estética con más responsabilidad, esto se nos va a ir de las manos”, señala. 

Más allá de lo visible

La formación de Rivera en medicina láser no solo ha ampliado su práctica profesional, sino que también la llevó a crear la Fundación Tatuando Sonrisas. La venezolana explica que el punto de inicio fue la ciudad de Maracaibo (Zulia), donde comenzó a tratar a pacientes de bajos recursos afectados por quemaduras. 

Dichos casos incluso han requerido de sesiones por varios años, según la gravedad de las lesiones. Sin embargo, a lo largo de este tiempo se han podido beneficiar aproximadamente más de 200 personas, incluso en Ecuador.

“Si una quemadura tiene un impacto tan complicado en una persona, imagínate con un niño. Tiene impacto en su socialización, en su desarrollo, en la forma en como se expresa y cómo percibe la vida. Y yo creo que estos tratamientos de una u otra forma les devuelve mucho la seguridad y los sensibiliza también ante otras personas que potencialmente puedan estar pasando por situaciones similares”, describe. 

Con una sonrisa, Rivera recuerda que hace poco más de un año volvió a ver a uno de sus primeros pacientes. “Cuando vino ya era un hombre y yo pensaba: ‘Cómo que lo conozco de algún lado’. Y sí era uno de los chicos, me escribió por redes y me dijo: ‘Doctora, dígame si le debo algo porque yo ahorita sí le puedo pagar’”, relata. 

Su profundización en esta área también la ha llevado a formar a futuros especialistas, pues Rivera es profesora en el Máster en Láser Médico Quirúrgico de la Universidad de Nebrija, en España. 

Suena el teléfono. Rivera debe continuar con las consultas, pero antes responde a una última pregunta: “¿Cómo desearía que fuese su vejez?”. Tratándose de alguien que se ha dedicado a estudiar la longevidad no lo duda demasiado, quiere vivir hasta los 120 años. 

“Yo quiero disfrutar mucho. Si Dios me lo permite, porque eso no lo decido yo, quiero llegar a ser una persona mayor, pero una persona super independiente. Que tenga capacidad de moverse, de hacer, de decir, de viajar, de no parar. Yo creo que sí el foco va por allí, quiero llegar hasta los 120 años”, concluye.  

La entrada La venezolana Katiuska Rivera y su camino en la medicina para la longevidad se publicó primero en El Diario.

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