24 C
Miami
miércoles 4 de junio 2025
Image default
La patria que se ha vuelto su propia ausenciaOpiniónpor @ArmandoMartini

La patria que se ha vuelto su propia ausencia, por @ArmandoMartini

Venezuela enfrenta una crisis multidimensional sin precedentes, que no puede medirse únicamente en cifras. Ni la inflación, el colapso de los servicios, sanciones o la diáspora explican lo que está ocurriendo. Porque detrás del desastre hay un daño mucho más profundo, la pérdida del relato nacional, del hogar colectivo, de la identidad, de lo que debería ser resguardo, orgullo, sentido de pertenencia; de esa idea compartida que alguna vez nos hizo sentir parte de un mismo proyecto. Dejamos de reconocernos y nos convertimos en nuestra propia ausencia. La desconexión entre lo que fuimos, lo que somos y lo que aspiramos ser.

Éramos símbolo de encuentro, mezcla de culturas, hospitalidad, alegría. Tierra con recursos, pero también con valores cívicos, una ciudadanía solidaria y afectuosa, tejida por generaciones que soñaban progreso, educación, movilidad social. Pero se desdibujó entre dolor, polarización política, hiperinflación, desarraigo y desencanto. 

Hoy, la lógica de la supervivencia individual ha reemplazado el espíritu colectivo. El “sálvese quien pueda” ha desplazado al “todos para adelante”. El mérito ha sido sustituido por la viveza. Y el “vivo” que burla las reglas, es elogiado mientras el honesto es considerado un fracasado y merecedor del desprecio social.

Toleramos la corrupción, y peor, la asumimos como parte. “Siempre ha sido así”, se dice con resignación, como si se tratara de un mal crónico e inevitable. Esta naturalización de lo torcido, sumada al desbarajuste, informalidades y transgresiones, han erosionado toda idea de justicia y equidad.

Mientras tanto, el pasado se convierte en un refugio nebuloso. Se idealiza la bonanza petrolera, se reduce la historia reciente a frases hechas, y se elude la reflexión crítica. Se habla de lo que “éramos” sin preguntarnos con rigurosidad por qué dejamos de serlo.

La emigración no es solo estadística, es fractura emocional. Millones han partido desmembrando familias y comunidades. Muchos ya no se sienten parte del país que dejaron, otros han aprendido a vivir con la maleta emocional dispuesta. El lienzo familiar, comunitario y afectivo, ha sido desgarrado para resignarse sin una parte de sí mismo. El exilio y desarraigo, para quien ha debido irse (o incluso para los que se quedaron), la patria ya no se siente como tal, se ha desvanecido en el recuerdo o en el capital emocional.

Pero la diáspora, lejos de ser un drama terminal, es una fuerza activa para la reconstrucción. Solo hace falta dejar de verla como un banco de remesas y empezar a integrarla como lo que es, capital humano, memoria viva, talento disperso.

Sin reminiscencia no hay nación. Sin relato, no hay proyecto. Venezuela necesita una recuperación emocional, simbólica y cultural. No basta reconstruir infraestructuras, hay que rehacer vínculos, referentes, emblemas comunes. Cuando las generaciones por venir puedan dialogar con el pasado, sin negarlo ni mitificarlo, pero críticos, volverá a ser propósito compartido. Venezuela es un sentimiento, y estamos obligados a recuperarlo; auspiciando un clima que haga posible un debate serio y responsable, que permita concluir en la formulación de un plan de acción, de táctica y estrategia para materializar la inmensa aspiración de cambio, expresado y evidenciado por la inmensa mayoría ciudadana. 

Venezuela no ha muerto, vive atormentada bajo capas de crisis. Su alma permanece impoluta, su corazón late vigoroso, su capacidad de resistencia intacta, su remembranza sana y salva. Reconquistarla no implica regresar al pasado, sino rescatar lo mejor de ese pasado para construir algo nuevo y de excelencia.

Quien dijo “inventamos o erramos”. Venezuela ha errado porque dejó de inventar. Sin embargo, el futuro no está inhabilitado, mucho menos cancelado. Está por contarse. Solo hará falta volver a confiar en nosotros, y en el compromiso de imaginarnos diferentes. 

Venezuela no debe ni puede seguir siendo su propia ausencia. Pensando que es un territorio donde la idea de libertad, democracia, justicia, dignidad, no existe. O, que la patria sigue nombrándose, pero ya no está, porque se ha vaciado de contenido, de sentido, de presencia; peor, que está física, pero simbólicamente ha desaparecido; y que sus valores, principios e instituciones, han sido traicionadas, destruidas. Hay que negarse siquiera a considerarlo.

Porque un país que se olvida de sí mismo no solo se extravía, sino que corre el riesgo de dejar de existir, creando erróneamente una consciencia amarga de que ya no queda nada a qué aferrarse. Venezuela, aunque duele, aún respira, está viva. Hay que recordarla, y ese es precisamente, el primer paso para descifrar el inicio del laberinto que permita reconstruirla en democracia y libertad. 

@ArmandoMartini

Related posts

Vicente Brito: ¿Ser o dejar de ser empresario?

VenezuelanTime

José Aranguibel Carrasco: ¿Síndrome de Estocolmo o el no votar?

VenezuelanTime

Omar González Moreno: Maduro está muy débil

VenezuelanTime