El laboratorio político, ha perfeccionado un mecanismo discursivo con la persistencia de un latido funeral. “No tienen equipo”, “Es insostenible”, “No es viable”, “será caótico e ingobernable”. Estas mentiras perniciosas, son la construcción deliberada de que no se puede gobernar. No son simples eslogan de campaña, es ontología política.
La afirmación de quien no entrega el poder alegando que el adversario es violento, anárquico, y que solo el régimen es garante de la “paz”, no es argumento político. Es la elaboración de un relato mítico destinado a justificar lo injustificable, la clausura de la alternancia democrática.
Esta traición se funda en la premisa opuesta, la de que el pueblo, a través de sus representantes, sí puede autodeterminarse. La falsedad del “no se puede gobernar” es el caballo de Troya del autoritarismo, que despoja a la ciudadanía y la convierte en un espectador pasivo de su propio declive.
Sigmund Freud lo llama proyección, atribuir al adversario deseos o impulsos inaceptables. Gramsci enseñó que la dominación no se ejerce solo por la fuerza, sino por la hegemonía cultural, la capacidad de imponer una visión donde el poder del dominador se vea como natural, necesario y benévolo. Tratan de instalar una ecuación perversa, paz y estabilidad vs. caos y guerra.
Lo sostienen con la fabricación del «enemigo interno», etiquetando a sus contrarios de amenaza existencial para el orden. No son adversarios con un proyecto alternativo, sino agentes del caos, “criminales”, “fascistas”, “traidores a la patria”, “serviles del imperio”. Esta demonización no busca el debate, sino la invalidación moral. Si el otro es el mal, cualquier medio para contenerlo está justificado, incluso la suspensión de las reglas democráticas.
Elevan pendejeras a la categoría de dioses omnipotentes e iracundos ante los cuales la voluntad política se obliga a inclinarse, convirtiendo en excusas sus fracasos. Abdicación sublime: “no es que no queramos, es que la derecha, los mercados, sanciones, el imperio, y capital no nos dejan”.
Controlan la violencia (ejército, policía) e instrumentos comunicacionales (medios públicos, leyes mordaza). Lo que permite un acto de prestidigitación política; genera la crisis, reprime críticas, para luego señalar la represión como “prueba” de que antagonistas son desestabilizadores. Es el ciclo de la profecía autocumplida. Crean las condiciones para el conflicto (se roban elecciones) y luego se presentan como los legítimos salvadores.
La “paz” que dicen defender no es la de la justicia, del diálogo y los derechos ciudadanos. Es la de los cementerios, la quietud de ausencia de la disidencia. “Habrá tranquilidad mientras no cuestiones al poder”. Redefinen el concepto para vaciarlo de su contenido positivo y convertirlo en un instrumento de control. La auténtica paz es democracia, justicia, libertad.
Pero no basta con gritar “¡mienten!”, hay que construir una contranarración poderosa, coherente, pedagógica, que explique con datos cómo el régimen ha sido el generador de inestabilidad violenta a través de políticas, corrupción y represión.
Hay que insistir que la verdadera paz solo llega en libertad y con el cambio democrático. La “paz” oficialista es la violación de los Derechos Humanos, miseria y exilio. Los pacíficos son los que buscan una transición tranquila, ordenada y constitucional. Hay que volverse propositivos. “nosotros tenemos el plan para la verdadera paz”. Enfocarse en soluciones y mostrar vocación de inclusión. Hay que rescatar la responsabilidad y formalidad del gobierno que el autoritarismo niega. Las acciones vinculadas y unificadas son el antídoto contra el discurso del caos.
En su mentira, nos hacen creer responsables de culpas ajenas, de miedos que sustraen entereza, y ansiedad que nos aleja de la vida plena. La tarea, es generar el contraste, con la fuerza de una narración veraz, esperanzadora y convincente. Hay que demostrar que el mayor riesgo para la paz es la perpetuación de un modelo que ha destruido todo.
La estabilidad no nace del miedo a un enemigo inventado, sino de la esperanza en un futuro compartido de excelencia y elegido libremente. La paz no es la excusa para mantenerse en el poder; es la consecuencia de devolverle el poder al pueblo. El primer acto de resistencia es desenmascararlos.
La pregunta no es “¿cómo gobernar en estas condiciones?”, sino “¿qué circunstancias queremos crear para gobernar?”. Quienes afirman que otros no tienen cómo gobernar, en realidad, están gobernando para que nada cambie. Y en ese acto, mienten. Nuestra labor, la fuerza de la razón crítica y la exigencia ciudadana, devolver la política a su esencia, el arte de lo posible.
@ArmandoMartini