Son hombres corrientes. Herreros, padres, maridos, jubilados, músicos. Tipos normales que estaban en sus casas cuando el viento empezó a soplar y el fuego a volar como balas ardiendo entre las calles de sus barrios. Paul Méndez, Shane Jordan y Gregory Dane no se conocen, y sus historias son diferentes, pero todas parecidas: por distintas circunstancias, decidieron quedarse en sus casas en Altadena, una de las ciudades más afectadas por los incendios de Los Ángeles, y salvar sus casas, pero también, dentro de lo posible, las de sus vecinos. Afirman que no pusieron en peligro sus vidas, pero no es así. Se arriesgaron y, por suerte, ganaron. Otros no tuvieron esa fortuna.