El evento electoral convocado para el 25 de mayo es, sin rodeos, una farsa. Es una maniobra orquestada por el régimen de Maduro para aferrarse al poder, una burla a la democracia. Sin embargo, esta estrategia ha chocado con una respuesta contundente de la ciudadanía venezolana: el silencio. Lejos de ser un acto de pasividad, este silencio se afianza como una poderosa declaración de resistencia, un «no» rotundo a la ilegitimidad.
María Corina Machado, líder de la oposición, ha sido enfática en su llamado a no convalidar esta estafa. Su mensaje es claro y resuena en cada rincón del país: «el 28 de julio ya votamos, el 25 de mayo no». Como afirmó John Locke, «donde no hay ley, no hay libertad». Participar en una elección posterior al 28 de julio no es un ejercicio de libertad, sino una sumisión disfrazada que solo beneficia a los colaboradores del régimen y al chavismo-madurismo.
Es crucial entender la diferencia abismal entre la participación masiva del 28 de julio de 2024 y el silencio estratégico ante estas supuestas «elecciones» del próximo 25 de mayo. El 28 de julio, bajo el liderazgo de María Corina Machado y Edmundo González, el voto trascendió su significado convencional. Se transformó en un acto de rebeldía, una estrategia audaz que dio origen a un movimiento que manifestó la verdadera fuerza del cambio y el categórico rechazo popular al régimen. Ese día se materializó una oportunidad real de cambio que sigue vigente, y es precisamente ese mandato popular el que la ciudadanía defiende y busca materializar. Cada voto fue un arma contra el opresor, no una muestra de confianza en instituciones secuestradas.
En contraste, la elección del 25 de mayo se percibe como una farsa grotesca, diseñada por el régimen y sus colaboradores para seguir ejerciendo el poder de manera autoritaria. Participar en ella implicaría avalar un proceso viciado desde su concepción, cuyo objetivo no es elegir sino asignar cargos. Como advirtió Locke, «cuando el gobierno actúa contra el interés del pueblo, los hombres tienen derecho a defenderse». El silencio del 25 de mayo es la expresión más pura de ese derecho: una negativa categórica a ser cómplice de una traición a la democracia y a diluir el resultado contundente del 28 de julio.
Este silencio estratégico no es derrota ni resignación, sino la antesala de una victoria que se gesta en la conciencia cívica de cada venezolano y en la defensa del mandato inequívoco del 28 de julio. Machado, incluso en esta aparente calma, lidera una resistencia que trasciende un sistema viciado. Su enfoque no es la rendición, sino una estrategia meditada, alineada con la resistencia racional que Locke defendía, y orientada a hacer valer el resultado ya emitido y protegerlo de cualquier intento de anulación. «Quieren que calles, que obedezcan, que agachen la cabeza», ha dicho María Corina Machado, quien ha reiterado que los venezolanos «no olvidan». Por tal motivo, el legado del 28 de Julio se protege con el silencio del 25 de mayo.
Esta decisión de no participación es la trinchera de millones de venezolanos, un «no» que no se doblega ante la desesperanza. La voz ciudadana gritó y resonó con fuerza el 28 de julio; el 25 de mayo no es una elección genuina, sino un intento burdo de borrar esa voluntad popular y legitimar una farsa. El llamado es claro: no caer en el juego, no avalar lo que no representa la voluntad de la nación. La dignidad ciudadana no se negocia ni se legitima en farsas electorales. Se defiende, especialmente, con el elocuente poder del silencio.