Hace unos días, una reconocida escritora carabobeña compartió conmigo una experiencia que refleja tanto las fallas de nuestro sistema educativo como nuestra falta de respeto por la forma de vivir y sentir del otro. Esta autora, dedicada a las novelas de romance juvenil, visitó un colegio para promocionar su obra y hablar con sus potenciales lectores. Mientras describía sus personajes, el amor y el noviazgo, una profesora la interrumpió y, llevándola aparte, le dijo: “Aquí no se habla de eso”.
En tono de broma, le comenté que, en ese colegio, si un estudiante fuera sorprendido leyendo “Memorias de mis putas” tristes de Gabriel García Márquez, probablemente lo llevarían a la dirección y lo amonestarían por atreverse a leer a un premio Nobel. Pero, en serio, ¿es esto exclusivo de ese colegio? En nuestro país, es común juzgar lo que otros consumen, leen, piensan o sienten. Pareciera que meterse en la vida ajena y dictar lo que es aceptable forma parte de nuestra idiosincrasia.
Si el objetivo de esta censura no oficial es proteger a los jóvenes de contenidos “inapropiados” para su madurez, el resultado es contraproducente. Los adolescentes terminan consumiendo a escondidas material de peor calidad, como “After”, “Desde mi ventana” o “Cincuenta sombras de Grey” en sus teléfonos, o explorando plataformas como Wattpad, con sus virtudes y defectos, pero sin orientación alguna. Al ocultarles la complejidad de la vida, ¿los estamos preparando para enfrentarla o los estamos convirtiendo en seres vulnerables y manipulables?
Esta anécdota no solo habla de la educación, sino también de amistades rotas por diferencias políticas, de vecinos que niegan a otros el acceso a la bolsa CLAP o al gas doméstico por ser opositores, de la censura en los medios que no tolera ideas contrarias, de la represión y del miedo que obliga a muchos a hablar en voz baja. Nos habla de una Venezuela atrapada en una cultura de prejuicio y discriminación, donde todos, de alguna manera, somos víctimas. Un país civilizado abraza la diversidad, la multiculturalidad, la tolerancia y el respeto por las diferencias. Aún nos falta mucho por transformar.
Julio Castellanos / jcclozada@gmail.com / @rockypolitica