26.9 C
Miami
domingo 22 de junio 2025
Image default
José Gato Briceño: El grito del alma en el exilioOpinión

José Gato Briceño: El grito del alma en el exilio

Es casi imposible mantener la ecuanimidad y seguir pensando que es posible negociar con esta banda de desalmados herederos del traidor mayor, hoy felizmente difunto y llegar a algún acuerdo en el que reconozcan el daño tan terrible que le han causado a un país entero aparte de mantener en jaque con su malandrerío infiltrado a medio mundo. Cada noticia de la devastación en nuestra patria, de familias desgarradas por la separación, 9 millones de venezolanos empujados al exilio por huir de las penurias que imponen esos desgraciados nos hiere profundamente; la violencia del poder ha arrasado con el tejido social, ha desmantelado el aparato productivo y ha dejado nuestra infraestructura en ruinas. En este exilio impensado, la rabia y el dolor se mezclan con la desolación, creando un cóctel de emociones que me nubla la mente .

La indignación hacia quienes perpetúan esta injusticia me atormenta, y es un desafío encontrar espacio para la compasión y la comprensión de una debacle de esta magnitud.

Con 14 años como columnista, 11 de ellos marcados por el destierro y 3 vividos en la Venezuela que aún respiraba, jamás imaginé que dedicaría una línea a mi propia vida familiar. Lo consideraba una intromisión, algo ajeno a los principios que rigen mi pluma, pero hoy, la circunstancia, la impotencia que ahoga, el dolor que desgarra y el laberinto sin fin de este exilio forzado, me impone la más desgarradora de las tareas: relatar la agonía que padecemos los venezolanos desterrados, ese otro país que hoy por hoy pulula por el globo. No estamos de turismo, no. Estamos huyendo, dispersos, producto del avasallamiento de una organización narcocriminal que asaltó el poder, que se adueñó de cada riqueza, de cada palmo de los 916.445 kilómetros cuadrados de nuestra amada patria.

Esta cruel organización, esta plaga infame, está integrada por la peor estirpe de resentidos que se formaron bajo el manto de la democracia que hoy pisotean. Hombres y mujeres que perdieron los valores, los principios, la ética y el más mínimo rastro de nacionalismo. Se convirtieron en meros agentes arrastrados, alienados por el sistema cubano que han diezmado nuestras riquezas y han permitido a otros hacer lo mismo con tal de seguir sometiendo y humillando a nuestro pueblo. Han prostituido la nación, la han vendido por pedazos, han entregado nuestro futuro a cambio de mantener sus manos llenas de sangre y privilegios.

Lo que viví el pasado miércoles a pocos minutos del entierro de mi hermano Enrique Domingo, de 63 años, fue algo más allá de lo aterrador. Fue un puñal directo al corazón. Mi prima acercó la pantalla de su teléfono al rostro de mi amada madre de 86 años y en ese instante, mi imagen apareció, reconoció a su hijo. Fue tan impactante, tan conmovedor, tan doloroso, tan horroroso, tan trágico. No pudimos hablar. Solo llorar, el llanto fue nuestro único lenguaje, un lenguaje universal de duelo que resonó a través de miles de kilómetros. Ese instante me rompió el alma en mil pedazos.

Y es que así vivimos el duelo los más de nueve millones y medio de venezolanos exiliados. No podemos abrazar. No podemos despedir. No podemos acompañar a los nuestros en el último adiós. Nos arrebataron hasta el derecho sagrado al dolor. Somos hijos, hermanos, padres ausentes, obligados a serlo por la crueldad de un régimen criminal que ha destruido nuestras vidas, que ha saqueado hasta la última gota de riquezas de nuestra amada Venezuela. Un régimen que nos persigue, nos silencia, nos expulsa, nos desaparece, nos tortura sin piedad, dejando una estela de sufrimiento y desolación a su paso.

Lo más indignante de esta pesadilla es que este régimen lo encabeza un ignorante extranjero, el cucuteño Nicolás Maduro, un usurpador sostenido por una cúpula de narcodelincuentes y militares apátridas, arrastrados que traicionaron su juramento a la patria para lamer migajas y proteger sus privilegios obscenos, a costa del sufrimiento incalculable de millones de inocentes. Han convertido a Venezuela en un botín personal, en un narcoestado donde la ley del más fuerte y corrupto impera.

Mi hermano Enrique no fue político ni beligerante. Fue sencillamente un humilde profesional de la educación, un hombre de bien que sirvió a la República durante 30 años en liceos y escuelas, formando generaciones con amor y dedicación. Pero su «pecado» fue ser hermano de los Briceño, el Gato y Pedro Emilio, uno gobernador y el otro alcalde de su amado pueblo que los vio nacer (Caicara de Maturín) Desde hace doce años y medio, desde el día en que dejé la gobernación, se convirtió en un perseguido institucional. Le suspendieron su sueldo el mismo día de mi salida y jamás pudo recuperarlo. La exgobernadora y exministra de educación, Yelitze Santaella, se encargó personalmente de perseguirlo por instrucciones del enano siniestro, Diosdado Cabello. ¡Mandaron a desaparecer o quemar su expediente como funcionario público para no reconocerle sus 30 años de servicio! A ese nivel de odio, de resentimiento enfermizo, de maldad llegaron esos malnacidos. El odio les carcome el alma, y su única misión parece ser destruir todo lo que toque la luz.

Pero este dolor, esta herida abierta en el alma, no me paraliza. Al contrario, este dolor me llena de coraje. Me enciende por dentro. Me recuerda por qué lucho con cada fibra de mi ser. Y me compromete aún más a hacer todo lo que esté a mi alcance, cada palabra, cada acción, cada aliento, tumbarlos de cualquier forma para ver a Venezuela libre. Porque estoy convencido, con la fuerza de mi alma, de que algún día vamos a volver. Vamos a reencontrarnos en la tierra que nos vio nacer, en la tierra que nos fue arrebatada. Y con la misma pasión que nos fue arrebatada, vamos a reconstruir lo que nos robaron, a sanar las heridas y a devolverle a nuestra patria la dignidad y la libertad que tanto anhela.

Por los que murieron en silencio.

Por los que lloramos lejos.

Por los que resisten dentro.

Y por los que aún no han nacido pero merecen una patria libre.

¡VIVA VENEZUELA LIBRE, CARAJO!

A pesar de esta tormenta emocional, siempre estará nuestra posición de resistencia. Nos aferramos a la esperanza de un cambio, de un retorno y perdonen tanta sensibilidad expuesta ante este episodio de mi vida y, pero no es sino la voz de otro venezolano despojado de los derechos más elementales de un ser humano.

Nadie me sacará de este camino, enfrentar al comunismo o como quieran llamar a esa bazofia ideológica que solo beneficia a los dueños del poder y a todos sus secuaces. Seguimos, sin pausa y con lo único que me queda MI PLUMA Y MI PALABRA

José Gregorio Briceño Torrealba

X @josegbricenot
Instagram y Facebook: @josegbricenot2
gatobriceno.blogspot.com

Related posts

Intenta en lo grande lo ya alcanzado en pequeño, por Omar Estacio Z

VenezuelanTime

Humberto García Larralde: Etiquetas políticas y la promoción de conflictos de odio

VenezuelanTime

Le toca batear al de El Furrial, por Edward Rodríguez

VenezuelanTime