En esta contienda sin fin contra el comunismo y sus nuevas acepciones y agregados aberrantes del siglo XXI, como el terrorismo, el narcotráfico entre otros, uno termina aceptando cualquier opción que le ponga fin a esta conflagración liderada en Venezuela por el traidor mayor, hoy felizmente difunto y sus indeseables herederos, la mafia más inhumana jamás imaginada.
Dentro de ese recorrido de más de 20 años se han tocado todas, absolutamente todas las puertas para sensibilizar al ámbito internacional, que por cierto bastante ha sufrido, tocado duramente por las consecuencia de las acciones de esta plaga narcorevolucionaria y sin embargo han sido en general bastante tibios para parar está metástasis asesina que ha penetrado en casi todos los rincones del mundo. Desde los Estados Unidos de Norteamérica, pasando por casi toda América del Sur y en otros 3 continentes tenemos resonancia del malandraje exportado a conciencia, de la grave incidencia en otros países de nuestra diáspora de casi 9 millones de almas, el tema petrolero, comercial que mi país representa en el mundo.
Por eso a estas alturas, quien se atreva a llamar ilegal a cualquier acción que se lance con todo a liberarnos, como sea, es porque disfraza su complicidad en los supuestos protocolos y derechos humanos que habría que considerar según el deber ser.
La propuesta del presidente Nayib Bukele al narcorégimen de Nicolás Maduro no fue un gesto diplomático ni una simple provocación política. Fue una jugada magistral que puso en evidencia, con crudeza y sin anestesia, la podredumbre del aparato narcochavista. Lo que Bukele hizo fue exponer a uno de los regímenes más oscuros y represivos de América y del Mundo ante la comunidad internacional, colocándolo contra la pared con una oferta tan simbólica como estratégica: canjear a venezolanos detenidos en los EE.UU y mandados al Salvador por presos políticos en Venezuela.
Esta propuesta, más allá de su viabilidad, se convirtió en un espejo. Un espejo incómodo que refleja toda la miseria moral, jurídica y política de la narcotiranía que oprime a mi patria.
Esos crueles cobardes encarcelan a periodistas, estudiantes, líderes sociales, militares y activistas democráticos, cuyo único delito ha sido pensar distinto. Bukele no sólo expone esa paradoja: la explota, la visibiliza y obliga al régimen a dar una respuesta que lo condena cualquiera sea su posición. Definitivamente Bukele se la comió y los dejó sin alternativa. Aceptar la propuesta implicaría reconocer la existencia de presos políticos. Rechazarla, como ya lo hicieron el pasado martes 22 es confirmar lo que ya sabemos: que al régimen no le importan sus ciudadanos, al común del pueblo y mucho menos la libertad. Quedaron desnudos ante el mundo y recordemos los canjes de los narcosobrinos, esos si porque eran sus familiares y del socio y paisano de Maduro, el colombiano Alex Saab.
Con un solo mensaje, Bukele hizo lo que en años de diplomacia no pudieron: despojar al narcoregimen de su disfraz de revolución y exhibirlo como lo que realmente son una maquinaria de represión, narcopolítica y corrupta
Bukele le dio rostro y voz a las víctimas del sistema represivo venezolano. No habló en abstracto. Nombró a personas, exhibió casos y forzó al régimen a responder no con propaganda, sino con hechos. Y los hechos son brutales: torturas, desapariciones forzadas, procesos judiciales sin garantías y cárceles llenas de inocentes. El chavismo ha vivido del mito bolivariano, de la narrativa de justicia social, soberanía y antiimperialismo. Pero no hay soberanía en un país infiltrado por el narcotráfico, sin Estado de derecho, sin prensa libre, sin elecciones transparentes. La única justicia que impera en Venezuela es la selectiva, premia a los leales y castiga a los disidentes.
Bukele, con todas sus errores, le arrebató a la tiranía su bandera más preciada: la de la justicia social. Y lo hizo desde el terreno que más teme el régimen: la opinión pública internacional, las redes. La narcotiranía venezolana quedó desenmascarada, sin discursos, sin manipulaciones, sin cumbres de papel. Una sola propuesta bastó para desnudar al régimen de Maduro como lo que es: una narcotirania moderna que se disfraza de revolución para justificar el control, el miedo y la violencia estatal. Y eso es lo que más le duele a los tiranos, que se le la diga la verdad en su propia cara, que se le señale el fracaso con palabras claras y gestos firmes. Que alguien se atreva a mostrar que el rey de la barbarie y la destrucción está desnudo y que el mundo empiece por fin a mirar las contundentes evidencias.
Sin tantos rodeos, hasta cuándo, desde la cárcel del exilio siempre he centrado mis reflexiones como venezolano y no me cansaré de escribirlo y divulgarlo por mis redes sociales, que para evitar que esta peste se siga reproduciendo en el planeta, hay que tumbarlos de cualquier forma, con pólvora, drones o plomo. Verlos salir con los pies hacia delante es una necesidad impostergable. Apoyo esta iniciativa y todas las que los vayan borrando del plano terrenal, sigo con minuciosidad y constancia cada paso de estos mal nacidos, los enfrento sin pausa y con lo único que me queda MI PLUMA Y MI PALABRA
José Gregorio Briceño Torrealba
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