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jueves 19 de junio 2025
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Humberto García Larralde: Etiquetas políticas y la promoción de conflictos de odioOpinión

Humberto García Larralde: Etiquetas políticas y la promoción de conflictos de odio

El mundo es hoy testigo de conflictos violentos cebados en odios, incitados por líderes inescrupulosos para apalancar su conquista del poder y su permanencia en él. Con prédicas maniqueas, soliviantan las pasiones contra quienes erige como enemigos, apelando a resentimientos, prejuicios y ansias de venganza incubados en la población. Amenazan con socavar las instituciones que fundamentan la democracia liberal de algunos países. Internacionalmente alimentan terribles guerras que terminan masacrando civiles. El análisis político suele identificar tales prácticas con líderes populistas.

Preocupa el inicio de la gestión de Donald Trump como presidente de EE.UU. Obstinado en poner a prueba las instituciones que acotan su poder, desafía abiertamente el régimen federal democrático de derecho y la independencia del poder judicial que lo tutela. Desconoce derechos de personas procesadas –caso de los crueles procedimientos de deportación con que son atropellados muchos inmigrantes, sin fórmula de juicio—y sus asesores exploran cómo deshacerse del habeas corpus. Pretende anular asignaciones presupuestarias aprobadas por el congreso para financiar iniciativas con las que no simpatiza, como las prerrogativas que han venido disfrutando universidades e instituciones independientes para el cumplimiento cabal de sus funciones.

Ante protestas en Los Ángeles por las redadas indiscriminadas de quienes tengan alguna pinta de ser inmigrante, pasa por encima del gobernador de California, amenaza con meterlo preso si se interpone y se arroga el control directo de la Guardia Nacional acantonada ahí. Envía a los marines como refuerzo para aplastar lo que llama una “insurrección”. Hace poco, lo hizo también a Florida, Luisiana y Texas. Invoca etiquetas descalificatorias como justificación: ¡“son invasores criminales sembrando anarquía”! Nada que ver con ciudadanos ejerciendo su derecho de protesta pacífica. Por supuesto que, atizadas por esta escalada, era previsible que algunas degenerasen en violencia, felizmente, pocas. Le hicieron el juego a su discurso polarizador. No hay que olvidar que ganó las elecciones prometiendo como bandera deportar, masivamente, a “peligrosos” inmigrantes ilegales.

Su prédica maniquea exacerba la confrontación y los odios, no el entendimiento y el respeto del otro que sustentan la convivencia en un Estado de derecho liberal. Y, con la proliferación de armas entre los gringos, existe un peligro real de que degenere en enfrentamientos armados, más si la imposición de la voluntad de un presidente narcisista lo lleva al descalabro de resguardos institucionales. Ya se asoman las primeras víctimas: una diputada demócrata en Minnesota asesinada, junto a su marido, y un senador herido, al parecer por razones políticas. Se asoma el rostro del fascismo.

La reseña nos es familiar a los venezolanos porque la hemos vivido durante estos 26 años de “revolución” bolivariana”. Pero aquí las prácticas fascistas se activaron invocando etiquetas diferentes. Pregonó su carácter antiimperialista y quiso hacer creer que defendía una opción política y social “progresista”. Y, lamentablemente, aquí llegó a extremos mucho más violentos que en USA, con centenares de muertes, miles de detenidos por razones políticas, represión y medios censurados o perseguidos a lo largo de los años. Maduro, Cabello, los hermanos Rodríguez, Saab y sus cómplices se amparan en una cúpula militar traidora comandada por Padrino López. Pero, en vez de resaltar que depender de esbirros y torturadores de la DGCIM y el SEBIN los asemejan al gorilaje que azotó el cono sur, algunos medios, sobre todo de afuera, hablan de Maduro como socialista, sugiriendo una postura ideológica que alega la mejora del bienestar de los venezolanos. Esta perversión de las etiquetas políticas ofusca el análisis por introducir un efecto disociador. Ofrece al fascismo criollo una careta que absuelve, aunque sea en algo, sus desmanes, porque son por “una buena causa” (¡!). Dificulta comprender a qué nos enfrentamos, tan importante para poder desplazarlo.

Admitiendo a que el término “socialista” también suele usarse en referencia a regímenes estalinistas aupados por la fenecida Unión Soviética, es menester distinguir esa acepción de las opciones socialistas, quizás mejor identificadas como socialdemócratas, existentes en distintos países de la Unión Europea o del Commonwealth Británico (laboristas ingleses, australianos, neozelandeses). No hacerlo desemboca en la transposición mecánica de referentes venezolanos hecha por víctimas del fascismo madurista, para descalificar a Pedro Sánchez, presidente de España por el PSOE (Partida Socialista Obrero Español), con epítetos de dictador, comunista, etc. Se desconoce, flagrantemente, la esencia democrático-liberal del régimen español, en línea con las instituciones y valores fundacionales de la Unión Europea, y sujeto a la supervisión y pautas de Bruselas.

Se puede o no simpatizar con la gestión de Sánchez, ahora expuesto a graves señalamientos por corruptelas de quienes le eran colaboradores cercanos. En todas partes se cuecen habas. Pero es inaceptable descalificar por “socialista” lo que representa el Estado de Bienestar Europeo, como si expresara algo parecido a la destrucción y ausencia de libertades que impera bajo la bota militar –fascista– de Maduro y sus cómplices. Cabe señalar que el régimen de amparo y protección social de la Unión Europea es defendido también por todos los partidos de centro y de centroderecha, si bien con sus respectivos matices. Ignorar esta realidad desconoce el ejemplo de países que están entre los más prósperos y socialmente avanzados del mundo. Termina alineándose, además, con posturas retrógradas, negadoras de estas conquistas y de sus libertades asociadas, que procuran desmantelar los fundamentos de ese Estado de Bienestar, como es el caso de Orbán en Hungría y del partido Ley y Justicia (PiS) en Polonia. Coinciden, claro está, con el interés de Trump de socavar a la Unión Europea (UE). En España, esta postura se identifica con expresiones neofranquistas aun presentes en VOX e, incluso, en algunos personeros del Partido Popular.

Lamentablemente, en dirección contraria, de España a Venezuela, se ha contribuido, igualmente, con esta confusión perversa. Individuos del PSOE como Rodríguez Zapatero son claros cómplices de Maduro. Aparecen, también, indicios de arreglos non sanctas, que podrían involucrar la figura del exministro Ábalos. Y en PODEMOS, partido universitario que es socio en su gobierno y que se arroga ser guardián de “pureza izquierdista” repitiendo sus consignas “imperecederas”, hay más de uno en la nómina de Maduro. Una verdadera mancha a la imagen internacional del socialismo español. Lamentablemente, contribuye a la degradación que exhibe últimamente el debate político en España, reducido a descalificativos ad hominem entre el Partido Popular y el PSOE. Ha repercutido en la incapacidad o indisposición de superar intereses partidistas estrechos para llegar a acuerdos en torno a políticas consensuadas de Estado. Beneficia el fortalecimiento de aquellos que quieren echar para atrás los formidables avances logrados en España desde la muerte de Franco. Se enfrentan, con ello, al valioso y esperanzador experimento que prosiguen los países de la UE.

Hemos dejado afuera las atroces masacres infligidas por la guerra de odio cultivada por Putin contra Ucrania o la que ha llegado a convertirse, a todas luces, en genocidio en Gaza de parte del régimen guerrerista que comanda Netanyahu. ¡No es una crítica de “antisemitas”! El mundo civilizado condenó el ataque terrorista de Hamas, que derramó su odio ciego sobre tantas vidas inocentes por el simple hecho de ser judías y apoyó el derecho del Estado Israelí a ejercer su legítima defensa. Pero, como señalan algunos judíos dentro y fuera de Israel, no es licencia para acabar con el pueblo palestino.

Las terribles convulsiones que padece el mundo de hoy poco tienen que ver con posturas ideológicas o propuestas societarias legítimas que compiten entre sí. Son mucho más producto de megalómanos enfermos y/o mafias perversas empeñadas en saquear sus respectivos países. En eso, Maduro está mucho más alineado con las prácticas que identifican a Trump que con cualquier referencia al Estado de bienestar social europeo. En la lucha de hoy por desarrollar los derechos humanos universales acordados por las NN.UU. ante la amenaza neofascista, la UE tiene que ser un baluarte central.

Humberto García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com

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