La mujer, vestida como para conquistar ella sola el Polo Norte y con rasgos indígenas inuit, sonríe y dice dos cosas al recién llegado con aspecto de extranjero y pinta de perdido en el aeropuerto de Nuuk, la capital de Groenlandia. La primera, que a partir de ese momento, por la calle, camine como los pingüinos, despacito y sin separar mucho los pies del suelo, a fin de evitar resbalones por el hielo. La segunda, que todo el mundo en la ciudad, de 20.000 habitantes, habla de la misma cosa: de la recientísima visita a Nuuk del hijo del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump Junior. No siempre ocurren cosas así en este rincón remoto, bellísimo y congelado del planeta.
CanadáDinamarcaDonald TrumpEstados UnidosEuropaGroenlandiapanamaPolítica exteriorRelaciones internacionales