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viernes 1 de agosto 2025
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Gehard Cartay Ramírez: ¿Todo tiempo pasado fue mejor?Opinión

Gehard Cartay Ramírez: ¿Todo tiempo pasado fue mejor?

La gran mayoría de nuestros historiadores considera que los cuarenta años de la República Civil entre 1958 y 1998 han sido los mejores de la historia de Venezuela.

Y es natural que así sea al compararlos con estos años terribles que ha padecido Venezuela en las últimas décadas y, por supuesto, las que sufrió en las anteriores, a partir de 1830, año fundacional de la República.

La historia, como bien se sabe, no es lineal. No es tampoco un proceso ascendente hacia la perfección. Debería ser, sin embargo, un proceso que permitiera al género humano alcanzar las metas más altas en cuanto a desarrollo y bienestar, “la marea de conciencia”, de que habló Teilhard de Chardin.

Cierto es que de alguna manera esa aspiración ha venido alcanzándose de forma universal, sobre todo en cuanto a tecnología, calidad de vida y conocimiento humano. Pero se trata de logros parciales, limitados a algunos sectores, mientras otros siguen hundidos en la miseria y la ignorancia. No deja de resultar contradictorio que al mismo tiempo que avanza la carrera espacial, aquí en la tierra sigamos padeciendo hambrunas, guerras, enfermedades, desigualdades y tiranías violadoras de los derechos humanos.

En el caso venezolano, su historia es un recorrido de marchas y contramarchas, de avances y retrocesos, tratando de remontar una difícil cuesta por un camino tortuoso. ¿Significa esto que todo pasado fue mejor? Dependiendo de las circunstancias y de los ciclos históricos se podría responder esta interrogante. Quien analice la historia venezolana desde sus inicios conseguirá respuestas dispares.

Así, por ejemplo, las teorías cuasi paradisíacas sobre la etapa indígena en nuestro continente sostienen que la misma fue mejor que lo que vino luego. Se basan en la teoría del “buen salvaje”, según la cual nuestros aborígenes eran una raza buena y pacífica, a la cual malearon luego los invasores coloniales. Tal vez tengan algo de razón. Sin embargo, hubo también -antes y entonces- guerras tribales violentas. Baste mencionar los casos más conocidos en lo que hoy es México, por ejemplo, donde unas tribus aniquilaban a otras y las sometían cruelmente.

La conquista y colonización española en nuestro continente constituyeron luego una larga etapa de imposición de una cultura extraña sobre la autóctona, con sus consecuencias nefastas: la esclavitud y la explotación de los pobladores originarios. Ya se sabe que después surgieron las tesis de las leyendas “dorada” y “negra”, binarias y extremistas, según la cual la conquista y la colonización fueron etapas de luminosidad para unos y de oscuridad para otros. Sin embargo, en lo que sí parecen estar de acuerdo la mayoría de los historiadores es en admitir que la conquista y la colonización de España no llegaron a los extremos genocidas y destructivos que otros imperios europeos ejecutaron contra los pobladores indígenas en partes de la América del Norte y en África, por ejemplo.

Hoy está fuera de toda discusión que la posterior Guerra de Independencia acabó con la paz pre existente y liquidó la economía de la región. En nuestro caso, entre 1830 y 1859, los esfuerzos por consolidar la República de Venezuela fueron auspiciosos. Y cuando se estaban recuperando la hacienda pública y la tranquilidad social estalló la llamada Guerra Federal, que acabó con los nacientes logros y postergó los cambios que se requerían.

Posteriormente, advino el largo período de los militares tachirenses en el poder, entre 1899 y 1945, primero con los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, y luego con los también generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Esta última etapa significó un avance importante en todo sentido.

Con la denominada Revolución de Octubre que en 1945 derrocó a Medina Angarita continuó aquel proceso de ascenso económico y social que duró hasta finales del siglo XX. En 1947 fue promulgada la primera Constitución que estableció el voto universal, directo y secreto de los venezolanos, y en 1947 el escritor Rómulo Gallegos se convirtió en el primer presidente electo por el pueblo. Y aunque será derrocado por las Fuerzas Armadas a los nueve meses de haber tomado posesión, serán esos militares, sin embargo, quienes ejecuten algunas de las grandes obras que se habían proyectado luego de la dictadura gomecista, muchas de las cuales fueron continuadas por los gobiernos democráticos surgidos a la caída del general Përez Jménez.

Pocos pueden dudar hoy que desde entonces -especialmente a partir de 1958, con el retorno la democracia- y hasta 1999 hubo una etapa de progreso ascendente, al punto que en todo este tiempo surgió una pujante clase media, como pocas en el continente, mientras se expandían también el sistema democrático, el respeto a las libertades públicas y los derechos humanos y se mejoraban las condiciones de vida de la población en general, especialmente en materia de alimentación, salud, educación y obras de infraestructura.

Hoy el país ha retrocedido al menos un siglo, mientras sus problemas crecen exponencialmente y el empobrecimiento generalizado afecta a la gran mayoría de los venezolanos. Resulta obvio que aquel pasado reciente -con todos sus problemas, desde luego- fue mejor que este presente trágico. ¿Habrá quien lo dude?

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