Presenciamos ayer una marcha de parte del oficialismo escuálida, por su poca presencia; eso sí, con múltiples tarimas a lo largo y ancho de las avenidas de la gran Caracas para celebrar la victoria de las pasadas elecciones del 25 de mayo, cuya representatividad no alcanzó el 30%. ¿Hay que aclarar que la población asistente fue en esencia empleados públicos? Sí, obligados, coaccionados, chantajeados. ¿Es esto una revolución “proletaria”? Ni por asomo.
La pregunta de las 64 mil lochas (esa expresión no existe en la práctica, porque gracias a la “revolución desbolivariana” la moneda de curso es el dólar), ¿el país se encuentra mejor antes de 1999 o peor? La respuesta negativa no la niega ni la represión más brutal.
Los ciudadanos vimos desfilar el despilfarro en las calles evidenciando lo que es público y notorio, el régimen se sabe impopular y procura disimularlo, en tanto que existen docentes, algunos injustamente apresados en las mazmorras de la dictadura, con neveras vacías, así como jubilados muriéndose de mengua, con servicios públicos colapsados, y un largo etcétera. Pensemos por un rato, ¿cuánto valió la movilización de militantes del interior del país para la capital?, ¿cuánto las tarimas?, ¿la logística, a saber: comida, viáticos, gasolina, entre otros gastos de “ética revolucionaria”? ¿Cómo no sentir indignación ante el estado de cosas? ¿No quedamos corto si decimos 10 millones de dólares? Para nada. ¿Es esa la prioridad?
Ya sabemos que el gasto del erario público, desde la lógica chavista-madurista, tiene por objeto el mantenimiento del status quo. ¿Cómo no recordar a Saturno devorando a sus hijos? Estamos frente a un titán demencial cuyo apetito por el poder supera toda narrativa. Todos sabemos lo ocurrido el 28 de julio. Luego de un cuarto de siglo, estamos peor, nada hemos avanzados. Las cifras están en rojo en materia de educación y salud.
El papel del magisterio venezolano ya supera la lucha por las reivindicaciones laborales, hoy libra el gran desafío de reconquistar la democracia en suelo patrio. La vanguardia de la resistencia política son los docentes del país, así lo demuestra los centenares de marchas durante años y los colegas del gremio ilegalmente encarcelados. Recordamos a Luis Beltrán Prieto Figueroa en su afán de reivindicar la participación ciudadana en la vida política y social, pero sobre todo en la formación de ciudadanos comprometidos con la construcción de una sociedad más justa y en democracia. De tal suerte que dejemos marchar a los fantasmas que hoy indignamente usurpan el poder.