Muchas veces se espera que el futuro sea una evolución mejorada del presente. Muy bien. Otras veces existen incógnitas acerca de si el futuro será positivo con respecto al presente.
Y otras muchas veces hay la certeza de que la continuidad del presente haría imposible un futuro humano y digno. Es decir, el horror multidimensional del presente, agravado por un continuismo destructivo, elimina toda posibilidad de un futuro distinto, acorde con el bien común.
La conclusión es obvia. Las ominosas realidades del presente deben cambiar de raíz, de manera total, para que no puedan seguir siendo prolongadas, y para que ello permita abrir sendas de vida nueva. Si estamos seguros del porqué, entonces encontraremos el cómo, y a pesar de todas las barreras, lo sacaremos adelante.
Una de esas barreras es el predominio del interés particular sobre el interés general o bien común. Ese predominio, de la índole que sea, hace mucho daño, en especial cuando golpea la esperanza de cambio.
Pero lo más nefasto para construir un futuro posible es la resignación. No se la puede justificar, aunque sobren motivos para comprenderla. Luchar contra la resignación equivale a luchar contra el trágico presente, todo lo cual puede abrir puertas al ansiado futuro de justicia y paz.