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viernes 1 de agosto 2025
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El terrible caso del hombre que fue asesinado por su esposa y su suegro: golpes brutales con un ladrillo y un bate de béisbol

Jason Corbett durante su casamiento con Molly Martens

 

Una joven familia irlandesa, un padre empresario y exitoso, dos hijos sanos y alegres, una madre dedicada. Esa era la postal que protagonizaban Jason Corbett (30) y Margaret “Mags” Fitzpatrick (31) con los pequeños Jack y Sarah en su casa recién construida en Limerick, Irlanda. Una foto impecable que prometía, a quien se detuviera a verla, felicidad por largo tiempo. Pero esa imagen venturosa fue demasiado breve y como un sortilegio quedó congelada en la memoria. Cuando Sarah tenía poco más de un mes, el 21 de noviembre de 2006, Mags (31) sufrió un ataque de asma del que no pudo salir con vida.

Por infobae.com

A partir de esa madrugada el rumbo previsto de los Corbett se torció dramáticamente y entró en un callejón que no tendría salida.

Perder a mamá y un “milagro”

La cotidianidad de Jason después de perder a su esposa se volvió un caos inmanejable a pesar de la colaboración de sus familias. El día no le alcanzaba. Dos hijos muy chicos, un trabajo intenso en el que había sido hacía poco ascendido y las largas cartas a su mujer fallecida en las que descargaba su angustia existencial. Contrató niñeras, una, otra y otra. Por un motivo u otro se iban o no resultaban.

En abril de 2008, a través de un sitio especializado, contrató a la cuarta baby sitter: una chica norteamericana, oriunda de la ciudad de Knoxville, Tennessee, llamada Molly Martens. La bella joven tenía 25 años y enseguida se puso la familia al hombro. Rubia, de ojos transparentes, una figura perfecta, bien dispuesta y de modos suaves, funcionó enseguida. La elección no podía haber sido mejor. En ese momento Jack ya tenía 3 años y Sarah 17 meses. Molly sabía que llegaba para ayudar a ese hombre desolado y para hacerse cargo de dos bebés sin madre. Nada ambicionaba más.

La relación no demoró mucho tiempo en dejar la esfera de lo profesional para transformarse en un romance pleno. Parecía una buena señal del destino y la familia de Jason estuvo de acuerdo con esta nueva relación. Jason había vuelto a reír, necesitaba estabilidad y a Molly parecía no costarle nada cumplir con todos los roles. Jason estaba un poco asustado por cómo discurrían de rápido las cosas, pero Molly presionaba y pisaba el acelerador. Ella se sentía una verdadera madre para Jack y Sarah. Al punto que empezó a evitar, en muchas ocasiones, contar la verdad de que no era la madre sino una niñera que ahora salía con el padre de los chicos. Molly, quien había abandonado la Universidad de Clemson en Carolina del Sur, había encontrado en esos pequeños huérfanos de madre su verdadero objetivo de vida. Jack y Sarah se convirtieron en su obsesión.

El compromiso de la pareja conformada por Jason y Molly llegó el Día de San Valentín de 2010. Hacía dos años que estaban juntos. Jason, consciente de que Molly extrañaba mucho su país y su familia, estaba pensando que podía darle el gusto. Su trabajo le permitía trasladarse a los Estados Unidos y, al fin de cuentas, Molly era la mujer que había elegido como la nueva madre para sus hijos.

Un año más tarde, en 2011, tomó finalmente la decisión de mudarse a Norteamérica. Probarían. Compró una gran casa de 400 mil dólares para su familia en Wallburg, en las afueras de la ciudad de Winston Salem, Carolina del Norte. La casona típica del estilo arquitectónico revival de ese país (ladrillo a vista, pizarra gris y vidrio repartido) contaba con dos pisos y quedaba en el número 160 de la calle Panther’s Creek Court. Un enorme parque la rodeaba. Jason le dio a Molly 80 mil dólares para que la amoblara por completo y decorara a su gusto.

Sarah y Jack no podían creer el tamaño de su nuevo hogar, les pareció una verdadera mansión. Corrían de un lado para otro. Encima Jasón les regaló un perro y les prometió colocar un trampolín en la piscina. A Molly le regaló una lujosa camioneta BMW para que pudiera moverse con comodidad con los chicos. Los chicos empezaron a ir al colegio y los anotaron en natación, béisbol y todo lo que se les ocurrió. Había empezado la aventura americana y todos disfrutaban.

Dos meses después, ya instalados, contrajeron matrimonio en la casa familiar de los Martens en Knoxville. La familia de Jason viajó desde Irlanda para la celebración. Jack llevó los anillos hasta el altar y Sarah las flores. Jason había vuelto a ser feliz. Había recobrado la sonrisa. Por eso cuando supo que su suegro Thomas “Tom” Martens, un ex agente durante más de 31 años del FBI, enfrentaba algunos problemas económicos no dudó en prestarle 49 mil dólares.

De niñera a asesina

Dentro de los muros de la nueva familia “feliz” no demoraron en aparecer tensiones y rispideces.

Molly Martens insistía demasiado con que quería adoptar formalmente a los chicos así ellos podrían tener la nacionalidad norteamericana. Jason en cambio dudaba. No estaba seguro. No quería que ellos abandonaran sus pasaportes irlandeses y prefería conseguirles la residencia por su trabajo y no por su lazo con los Martens. Para Molly esto empezó a ser un desaire y cada vez se empeñó más con que Jason le diera cabida. Estaba decidida a ser la “madre” de Jack y Sarah como fuese. Era injusto, pensaba, que Jason lo impidiera. Jason, por su lado, extrañaba su entorno y si bien le había querido dar el gusto a Molly no sabía si este traslado sería para siempre. Soñaba con volver a su patria y abrir una pizzería en un sitio llamado Spanish Point, en el condado de Clare. Si Molly adoptaba a sus hijos, ese hecho podría poner en riesgo su posibilidad de retorno con ellos a Irlanda.

La vida es sueño. Y pesadilla.

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