
El chavismo ha pasado de la incredulidad a la sorpresa, de la sorpresa a la indignación y de la indignación al espanto. “Falta que nos disparen a los edificios donde estamos, coño”, resume un alto mando chavista cercano a Nicolás Maduro.
Por Juan Diego Quesada | EL PAÍS
Maduro y su círculo más próximo pensaban, al principio, cuando se desplegó una flota militar en el límite con aguas venezolanas, que era una táctica de Estados Unidos para abrir algún tipo de negociación política. Con el paso de los días, sin embargo, se han convencido de que Washington se prepara para una invasión. Un sacerdote se pasea estos días por el país rociando con agua bendita tanques del ejército bolivariano.
“Están en una primera fase de amenaza”, añade la misma fuente. “Con eso buscan que la gente entre en pánico y haga compra nerviosa [acopio de víveres]. Y no, no lo consiguieron. Eso era una forma de provocar un quiebre interno, de lograr que unidades militares se rebelaran. Sin eso, ¿qué queda? Acabarse este país a punta de misil”, concluye. El chavismo, en cualquier caso, no se fía de su solidez interna y realiza investigaciones constantes entre sus tropas. El número dos del régimen, Diosdado Cabello, aparece en sus eventos televisados con una gorra en la que se lee “Dudar es traición”, por si a alguien le quedaba alguna duda.
Cabello y Maduro se juegan todo en este envite con Estados Unidos. Incluso su supervivencia.
La preocupación es evidente en el Palacio de Miraflores, la residencia presidencial. Nunca Maduro se había sentido tan en peligro, aunque no ha demostrado síntomas de flaqueza en ninguna de sus intervenciones públicas. “¡Este pueblo tiene quien lo defienda!”, gritó la otra noche frente a sus tropas. El peligro viene del mar.
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