Entre los meses de abril y mayo, Caracas se llena de colores florales. El amarillo de los araguaneys cubre las aceras de un manto dorado, mientras los apamates y las jacarandas vibran en tonos rosas y morados que evocan en sus flores el color del Nazareno. El mismo que precisamente por esta época del año aparece en las calles del centro de la ciudad, para recordar a sus habitantes los milagros concedidos y las promesas por cumplir, pero también como un testimonio de la capacidad de los caraqueños de sobreponerse a las dificultades a lo largo de su historia.
En el bullicio alrededor de la Basílica de Santa Teresa parecen quedar lejanos los años de la pandemia de covid-19, cuando el Nazareno de San Pablo hizo su peregrinaje como cada Miércoles Santo, pero a través una Caracas en cuarentena entre mascarillas y acrílicos de bioseguridad. Ese año 2020, los feligreses veían la figura pasar desde sus ventanas o rompiendo los protocolos sanitarios para acercarse a pedir el fin de la enfermedad, en un gesto cíclico que evocaba el origen mismo de la tradición hace ya varios siglos.
Ahora la masa de gente vestida de púrpura es la manifestación de aquellas súplicas de cinco años atrás. Pero también la expresión de una fiesta a la fe, una celebración que este año se siente especial, al cumplirse 350 años de la consagración como imagen religiosa. También por el reciente anuncio del Vaticano de la canonización de José Gregorio Hernández y la madre Carmen de Rendiles como los primeros santos venezolanos de la iglesia Católica.
El corazón de la Semana Santa
La procesión del Nazareno de San Pablo históricamente se realiza cada Miércoles Santo, marcando el asueto de la Semana Mayor. Sin embargo, su celebración comenzó días antes, durante el Domingo de Ramos, cuando la imagen regresó a la basílica tras un mes de peregrinación por los 11 templos jubilares de la capital.
El Nazareno fue recibido por una lluvia de globos blancos y morados, con un aforo lleno de fieles vestidos con los mismos colores. Como una jacaranda florida, el lugar era un mar de flores moradas que adornaba cada rincón, pero sobre todo el la carroza que sostiene la imagen y el arco que la envuelve. Este año los voluntarios de la Cofradía del Nazareno de San Pablo recolectaron más de 5 mil orquídeas cuyo aroma impregnaba todo el templo.
La ceremonia estuvo encabezada por el cardenal y arzobispo emérito de Caracas, Baltazar Porras, quien aprovechó la ocasión para orar por las víctimas de todos los conflictos armados alrededor del mundo y abogar por la paz. “El inocente siempre es el que paga los platos rotos de todas las cosas que pasan a nuestro alrededor”, dijo.
Finalmente, el 16 de abril de 2025, con el Miércoles Santo, los alrededores de la plaza Diego Ibarra se tiñeron nuevamente de morado. Algunos con tunicas completas recreando las del Cristo, otros con simples franelas estampadas, pero bajo un mismo corazón: la adoración del Nazareno y el cumpliendo de las promesas hechas a cambio de algún milagro.
Desde la medianoche, los devotos permanecieron en vigilia en la basílica, donde cada hora y media se celebra una misa. En total, fueron 11 eucaristías, ofrecidas por diferentes autoridades como el cardenal Porras o el actual arzobispo de Caracas, Raúl Biord Castillo.
Origen del Nazareno
La imagen de Jesucristo en el Viacrucis se atribuye al escultor español Felipe de Ribas, en algún punto del siglo XVII. Fue enviada a Caracas, donde encontró su lugar en la iglesia de San Pablo el Ermitaño. Eventualmente se erigió allí el hospital de San Pablo, con la escultura en su capilla, creándose en 1666 la Cofradía Jesús Nazareno y Nuestra Señora de Monte Carmelo. Bajo la consagración del obispo, comenzó años después la costumbre de realizar la procesión de la imagen cada Miércoles Santo, al caer la tarde.
En 1696, Caracas fue asolada por una epidemia de peste del vómito negro, por lo que decidieron sacar en procesión la imagen del Nazareno para pedirle que alejara la enfermedad. Durante su recorrido, la corona de espinas del Cristo se enredó con las ramas de un limonero cercano a la plazoleta de San Pablo, dejando caer varios limones. Los feligreses lo tomaron como una señal, y elaboraron con ellos una bebida medicinal que ayudó a frenar el avance de la peste. Por ese milagro, el culto hacia el Nazareno se propagó por todo el pueblo, siendo una de las celebraciones más esperadas de Semana Santa.
En 1860, el presidente Antonio Guzmán Blanco, quien era ateo y tenía roces frecuentes con el clero, ordenó demoler la iglesia y hospital de San Pablo para construir allí lo que se convertiría en el Teatro Municipal. La acción generó mucha indignación en la población, y se propagó el rumor de que la vida del caudillo peligraba por una maldición, al irrespetar la figura del Nazareno.
Guzmán Blanco fue confrontado por su propia familia, y especialmente por su esposa, Ana Teresa Ibarra, quien sí era una ferviente católica. Finalmente el mandatario cedió, y en uno de los terrenos adyacentes al teatro erigió la Basílica de Santa Teresa, de estilo neoclásico, la cual nombró en honor a su esposa, y que se inauguró parcialmente el 27 de abril de 1877. Se convirtió entonces en el nuevo hogar del Nazareno, que siguió ostentando el nombre de San Pablo en recuerdo a su origen.
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