La última vez que Canadá presidió una cumbre del G-7, una fotografía pasó a la historia. Era 2018, en Charlevoix. La canciller alemana, Angela Merkel, se inclinaba sobre una mesa, aparentemente furibunda, en dirección a un Donald Trump que la miraba con desdén, entre las caras de preocupación o circunstancias del presidente francés, Emmanuel Macron; el primer ministro japonés, Shinzo Abe, o el entonces consejero de Seguridad Nacional de EE UU, John Bolton. Ningún comunicado ni ninguna filtración pudo describir mejor cómo se desarrolló aquella cita, en la que Trump acusó al anfitrión, Justin Trudeau, de ser “deshonesto” y se marchó de sopetón antes de la clausura.
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