Es como si una serpiente se hubiese colado en el bracito derecho de Ayamey Valdés, una serpiente de 30 centímetros, gruesa, deforme y violenta. Otras veces parece que tiene volcanes en erupción que escupen sangre hasta dejarla sin fuerzas, con la piel teñida de un azul cianótico. Es cuando revienta la fístula arteriovenosa del bracito derecho, que le hicieron a los 10 años y que se hincha, supura y duele. A veces, en la bodega del barrio, más de uno le ha preguntado qué es eso que tiene. Si está de ánimos, explicará que se hace tratamientos de hemodiálisis. Cuando no, les dirá que ella es brava, que se fajó en una gran pelea, que le molieron el bracito. Hay momentos en los que Ayamey extraña tomarse un jarro repleto de agua y no 255 mililitros al día. Hay momentos en que se impacienta. En otros se le ha oído gritar, con una voz rasgada de niña, que quiere morir. Esos son los menos, pero son.
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