
Viviana Ferrer trabajaba en un restaurante entre 8 y 12 horas al día. Cuando volvía a casa se entregaba a dos sensaciones: el dolor de sus pies cansados y las ganas de abrir un negocio propio.
Por BBC Mundo
Aquel era su primer empleo. Por primera vez vivía lejos de su familia y fuera de Venezuela. Ferrer emigró en 2018, cuando tenía 23 años y acababa de graduarse de abogada, un título que no tendría validez en Estados Unidos, su destino migratorio.
Había escuchado sobre una ciudad en el sur de Florida llamada Doral, donde vivían tantos venezolanos que era conocida como «Doralzuela». Parecía el lugar ideal para alguien como ella, que no hablaba inglés y no conocía a nadie.
«En Doral te sientes como en Venezuela. Es una comunidad tranquila y segura que está llena de venezolanos y te facilita el proceso de migrar porque uno se siente como en un pedacito de su tierra», dice.
Doral forma parte del conglomerado urbano de Miami y ha sido uno de los destinos principales de la comunidad venezolana que abandonó el país en la última década debido a la crisis política y económica.
Y esa comunidad es la más afectada ahora por las decisiones del gobierno del presidente Donald Trump sobre las deportaciones de migrantes y el fin de programas de protección migratoria que beneficiaban a muchos venezolanos.
En 2020, dos años después de instalarse en la ciudad y en plena pandemia, Ferrer abandonó el restaurante y se asoció con Andrea Cabrera para invertir sus ahorros en un Freightliner MT45, un camión mediano del año 1997, diseñado para entregas y transporte de mercancías.
Apenas recibieron las llaves de aquel camión blanco, aprendieron de mecánica para hacer el mantenimiento ellas mismas. Instalaron una cocina y mandaron a pintar el camión de negro. Desde entonces lo llaman «El Negrito».
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